En el artículo anterior tratábamos sobre la desaparecida Torre Nueva, una imponente torre zagrí que fue demolida a finales del siglo XIX, operación que supuso la pérdida de uno de los monumentos más representativos de la ciudad.
Por qué y para qué fue construida no deja de ser un misterio, algo que posiblemente nunca se resolverá dado que desaparecieron todas las fuentes documentales de la época. Naturalmente, esas fuentes estaban escritas en lengua árabe (o, mejor dicho, árabe andalusí) y todo aquello fue desapareciendo al imponerse la lengua romance tras la conquista cristiana. Millares de tratados se perdieron, a veces en grandes hogueras ordenadas por el poder religioso porque se consideraban herejías, pero otras también, por ignorancia, acabaron sirviendo como “encendallo” para prender el fuego en los hogares. La gente ya solo veía en ellos garabatillos ininteligibles y cumplían mejor servicio para esa función. Tampoco las universidades españolas se han preocupado de preservar el legado de lo que había sido el país más floreciente del mundo occidental, Alandalús -la España de entonces-, donde se desarrolló un renacimiento vibrante, mucho antes que el renacimiento italiano, que tanto aportó para sacar de la miseria a una Europa que se había sumido en siglos de oscurantismo tras la caída del Imperio romano. No se concibe que en cualquier país avanzado de Europa con un pasado tan rico como el que aquí se dio, pudiera pasarse por alto el aprendizaje de la lengua árabe (aunque fuera al nivel más elemental) que permitiera a los estudiosos y profesionales de la Historia acercarse a aquella cultura tan nuestra para interpretarla de la forma más adecuada. Esto, en España, todavía sucede. Se dice que algunos tratados de aquellos españoles (eran de aquí, aunque no fueran cristianos, como también lo eran, nadie lo duda, Séneca o Marcial, que tampoco fueron cristianos) fueron traducidos al francés o al inglés, pero nunca al español. Así ocurre que “se desprecia lo que no se conoce”.
Sobre el origen de la Torre Nueva de Zaragoza solo podemos hacer conjeturas, buceando en lo poco que sabemos de los avatares históricos de nuestra tierra en aquel entonces, pero, aunque no pasen de ser meras conjeturas, merece la pena aventurarse -con la debida prudencia, claro está- para tomar conciencia de ello.
Descartada la función de alminar de una mezquita, como veíamos en el artículo anterior, considerábamos la posibilidad de que fuese un monumento funerario. También puede ser conmemorativo, o ambas cosas a la vez. Lo que sí podemos tener claro es que el sistema constructivo de esta torre estaba ya bastante evolucionado respecto a aquellas primeras torres de escalera intramural. Esta ya sí que se componía de una torre interior y otra exterior, solo unidas por la correa de escalera. Por tanto, debemos situarla en la época Hudí, es decir, construida bajo la segunda y última dinastía que reinó en Saraqusta (los Banû Hûd), correspondiendo a los momentos de mayor esplendor.
Aparte de la mezquita mayor de la ciudad con su gran alminar, la que se conoció como “Torre Nueva” tuvo que ser uno de los edificios más vistosos y llamativos de Saraqusta. Javier Peña cita en su tesis doctoral un poema occitano de principios del siglo XII (“Roland a Saragosse”) donde se describe la ciudad de esta manera:
Rolando ha subido a un lugar alto,
ve Zaragoza, la gran y poderosa ciudad,
mira hacia abajo, hacia el sur,
a las altas torres y los grandes palacios…
Metiéndonos en el conocimiento de la época Hudí, encontramos que el segundo de los monarcas de esa dinastía se llamaba Abú Yáfar Ahmad ibn Sulaymán al-Muqtádir bi-L-lah. Ante un nombre tan largo y para que se nos haga más asequible, desmenucemos un poco en qué consistía esta forma de llamar a la gente importante. Lo primero que se ponía era “de quién era padre”, pues el título de “padre” era algo muy importante, y eso se designaba con el apelativo “Abú”, de forma que “Abú Yáfar” significa que era padre de un tal “Yáfar”, personaje del que no sabemos si vivió poco tiempo ya que la Historia ni se hace eco del mismo. Sin embargo, es este quien da nombre a nuestro famoso palacio de la Aljafería, pues viene de “Alyafariyya”, porque fue este monarca del que estamos hablando quien la mandó construir. Su nombre era Ahmad, lógicamente. El prefijo “ibn” significa “hijo de” (lo mismo que el sufijo “ez” en español, como, por ejemplo, “Sánchez” es “hijo de Sancho”). Ahmad era hijo de Sulaymán (Salomón en español actual), que había sido el primer monarca hudí de Saraqusta. Finalmente, “al-Muqtádir bi-L-lah” es el sobrenombre que recibiría por lo que explicaremos a continuación y que significa “Poderoso gracias a Dios”. De modo que el nombre completo es algo así como “padre de Yáfar, Ahmad, hijo de Sulaymán, poderoso gracias a Dios”. Su reinado fue largo, entre los años 1046 y 1081.
El gran hecho histórico es el siguiente. En el año 1063, el primer monarca del incipiente reino de Aragón, Ramiro I, había sitiado Graus y “nuestro” rey zaragozano preparó un ejército para acudir en defensa de aquella plaza. Hay noticias de que, entre aquellas fuerzas armadas, iban las del futuro rey de Castilla Sancho II, a quien ya acompañaba un jovencísimo Rodrigo Díaz de Vivar. Consiguieron liberar Graus de la amenaza aragonesa y, en el ámbito de aquellos hechos bélicos, murió Ramiro I, sucediéndole su hijo Sancho Ramírez.
Sabemos que las cruzadas eran campañas de guerra promovidas por los papas para recuperar o conquistar tierras ganadas por el islam, y todas ellas solemos situarlas en Tierra Santa. Se tiene el concepto de que la primera de ellas fue la promulgada por el papa Urbano II en 1095, pero se omite que antes de aquella hubo otra: en 1063, enterado el papa Alejandro II de la derrota aragonesa en Graus, predicó la que realmente fue la primera cruzada para conquistar la plaza de Barbastro, que debía de ser una ciudad clave en aquel entonces. Como en el resto de cruzadas que vendrían después, el papa prometió indulgencia plenaria a todos los que en ella participaran y se montó un poderoso ejército formado principalmente por tropas de los condados francos ultrapirenaicos. Barbastro sucumbió rápidamente en 1064: los cruzados la saquearon sin piedad, llevándose una gran cantidad de botín y capturando un buen número de mujeres y niñas. Exageradamente o no, se dice que murieron 50.000 musulmanes.
Ahmad I ibn Sulaymán reaccionó solicitando la ayuda del resto de Alandalús, predicando la yihad (concepto que no tiene que ver con el yihadismo actual). Acudió al año siguiente (1065) a reconquistar la ciudad y regresó victorioso a Zaragoza. Aquel hecho le valió el sobrenombre de al-Muqtádir, por el que es más conocido. En las yeserías del palacio de la Aljafería que entonces estaba construyendo mandó grabar en letras cúficas «esto es lo que mandó hacer el poderoso gracias a Dios» (es decir, al-Muqtádir bi-L·lah). Su reinado fue largo (1046-1081) y durante el mismo la Taifa de Zaragoza alcanzó su máximo apogeo político y cultural. Fue mecenas de las artes y de las ciencias, consiguió unificar el reino que su padre había dejado dividido entre sus hijos y logró la salida al mar anexionándose la Taifa de Tortosa. La expansión territorial continuaría con la rendición de Lérida y el vasallaje de Valencia (1076), llegando hasta Denia. Como vemos en el mapa que se adjunta, el reino alcanzó una superficie notablemente superior a la del actual Aragón, con una demografía y un progreso muy considerables. Sin embargo, la historia no hace justicia a estos monarcas de nuestra tierra, tratándolos de “reyezuelos” o “régulos”, mientras, por ejemplo, a Sancho Ramírez de Aragón (véase en el mapa su extensión en 1078) se le trata de rey con todos los honores.
La gran victoria que supuso la reconquista de Barbastro tuvo que ser muy sonada en el mundo occidental y bien merecería un monumento conmemorativo. Ahí es donde sitúa J. Peña el origen de la Torre Nueva, siguiendo lo propuesto por el investigador de arquitectura islámica de Calatayud, Agustín Sanmiguel. También pudo ser, tras su muerte, mausoleo de este monarca. Apuntamos de nuevo la reflexión del arquitecto José Pijoán reflejada en el artículo anterior: “la semejanza de forma de la Torre inclinada de Zaragoza con las torres mausoleos de los primeros sultanes selyúcidas en Persia es realmente un caso misterioso de cultural supervivencia. Las torres sepulcros de Gazna son poligonales y con ángulos en las aristas para esquivar a los espíritus malignos. Estas aristas reaparecen casi idénticas en la parte baja de la torre zaragozana…”.
Si así fue, no sería el único mausoleo erigido en Zaragoza para albergar los restos de un personaje importante. Recordemos el caso de la Parroquieta de la Seo. Para ella, J. Peña lanzaba la hipótesis de ser el mausoleo de Al-Mutamán y no carece de sentido por lo que vamos a explicar a continuación. Al-Mutamán era hijo de Al-Muqtádir, sucediéndole a este en el trono. Reinó solamente durante cinco años, pero fue el más erudito de todos los reyes la Taifa: protector de las ciencias y buen filósofo y matemático, entre otras de sus virtudes. Para defender su territorio, contó siempre con los servicios y la lealtad de Rodrigo Díaz de Vivar, quien, a lo largo de estos cinco años, vivió largas temporadas con su familia en Zaragoza; vestía como un árabe y hablaba la lengua árabe perfectamente. Fue en nuestra ciudad donde recibió el sobrenombre de “Cid” (los zaragozanos le llamaban “Sidi”, que en árabe significa “Señor”). El Cid, enterrado actualmente en la catedral de Burgos, nunca conoció esta catedral, pero sí muchos de los monumentos zagríes de los que estamos tratando en esta serie de artículos.
Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.
Autor del libro «El Alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.
Artículos anteriores
La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (I).
La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (II): El caso de Tauste.
La arquitectura zagrí (IlI): Un poco de historia.
¿Por qué la llamamos «arquitectura zagrí»?
El yeso: Ese material tan habitual como ignorado.
Errores conceptuales respecto al yeso.
Técnicas de construcción con yeso.
Mortero de cal o pasta de yeso.
¿Cómo nació la arquitectura mudéjar aragonesa?
Génesis de la Arquitectura Zagrí.
Evolución estructural de los alminares zagríes.
La Parroquieta de La Seo de Zaragoza.
La Seo de Zaragoza o la Mezquita Aljama de Saraqusta.
La Torre de San Pablo de Zaragoza.
La Torre de la Magdalena de Zaragoza.
La Torre de la Iglesia de San Gil Abad de Zaragoza.