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¿Cómo nació la arquitectura mudéjar aragonesa?

Tras los artículos anteriores sobre la función que podemos desempeñar los aparejadores en la catalogación de nuestro patrimonio, los apuntes acerca de lo que supuso aquel siglo de oro de la taifa de Zaragoza (1018-1118) y la aportación del yeso como material “sui géneris” de la construcción tradicional aragonesa, nos toca profundizar ahora en el verdadero origen de nuestra arquitectura mudéjar, este patrimonio tan destacado con inclusiones dentro del Patrimonio de la Humanidad declarado por la Unesco.

Los edificios mudéjares aragoneses se datan a partir de la segunda mitad del siglo XIII y la génesis de este arte siempre tuvo explicaciones de dudosa credibilidad. Demasiadas veces hemos leído de algunas torres nuestras que “son de inspiración almohade”. ¿Cómo es posible que aquí, en Aragón, después de siglo y medio de cristiandad, con el territorio de Alandalús ya reducido a lo que prácticamente hoy es Andalucía, se estuvieran importando todavía unas técnicas de un territorio hostil como era el almohade? Como nunca se reconoció en nuestro territorio la existencia de edificio alguno de época islámica que no fuera el palacio de la Aljafería y unos cuantos castillos en ruinas, en el afán de mantener a ultranza esas posturas negacionistas, también se quiso aportar la idea de que todo el mudéjar nacía en la Aljafería, cosa insostenible por cuanto este palacio corresponde a una arquitectura civil y el grueso de nuestro mudéjar está constituido por una arquitectura religiosa con un repertorio de técnicas constructivas y decorativas mucho más amplio. Otro razonamiento vago y difuso es ese de que “el mudéjar es producto de la convivencia entre las tres culturas: judía, musulmana y cristiana”. Pero nosotros pertenecemos al mundo ingenieril y nuestra forma de razonar necesita datos más tangibles.

Los descubrimientos de los últimos años en Aragón nos revelan, en la época de dominio islámico (siglos VIII al XII), un territorio ricamente poblado a lo largo de los ríos Ebro y sus afluentes, con un grado de desarrollo muy superior al del mundo cristiano de aquel entonces en todas las áreas (regadíos, ganadería, artesanía, comercio, medicina, filosofía, etc.). En el siglo XII, a medida que los aragoneses van conquistando el valle medio del Ebro, se van encontrando con poblaciones importantes en las que hay, lógicamente, mezquitas y alminares. Las mezquitas son consagradas para el culto cristiano y los alminares se reutilizan para el uso de campanarios. Transcurrido un tiempo y superadas las penurias de la guerra, los nuevos gobernantes son conscientes de que sus templos se quedan obsoletos en comparación con las modas del momento: se trata de naves mucho más bajas y oscuras que las que predominan en el sur de Europa, donde triunfa una manera de construir que ahora denominamos “estilo gótico”. Paulatinamente, se van derribando aquellas iglesias que antes habían sido mezquitas y son reemplazadas por otras de mayor altura y luminosidad, imitando el gótico del mundo cristiano del otro lado de los Pirineos.

Se da la circunstancia de que, en estas tierras, escasea la piedra como material de construcción, pero abunda la arcilla para fabricar ladrillos y yeso para aglomerante. Los mayores expertos en realizar edificios con estos materiales siguen siendo los alarifes musulmanes que permanecen en sus tierras después de la conquista cristiana. Es evidente que aquella arquitectura de origen islámico era muy del gusto del poder cristiano, pues tanto la realeza como la nobleza y el clero aragoneses encargaron los edificios más representativos de su época a aquellos alarifes, quienes no hicieron sino continuar la labor constructora de sus antepasados. De esa forma, aquellos viejos templos fueron sustituidos por estas iglesias que hoy conocemos como “mudéjares” (“tagarinas”, también podríamos llamarlas), pero, en muchos casos, no ocurrió lo mismo con las torres, pues, aquellos soberbios alminares que habían sido erigidos en el siglo XI seguían sirviéndoles perfectamente para el uso al que siempre estuvieron destinados: llamar a los fieles a oración, antes de viva voz, mediante la llamada del almuédano, y ahora mediante el tañido de campanas.

 

Torre de Ateca

 

Se reconocen mediante un exhaustivo análisis constructivo, detectando que, arquitectónicamente, encajan de manera extraña con la iglesia a la que acompañan y, en los encuentros entre ambos edificios, se observa que la construcción de la torre es anterior a la de la iglesia (cosa paradójica si ambas hubiesen sido concebidas como un proyecto único). Este fenómeno sucede con más de una treintena de torres aragonesas erróneamente catalogadas como mudéjares, siendo realmente, en su origen, alminares erigidos en el siglo XI. Ejemplos de ello son las torres de San Pablo y la Magdalena en Zaragoza, o las de Utebo, Alagón, Tauste, Ateca, Longares, etc. También destaca el cuerpo inferior de la torre de San Andrés de Calatayud, donde se da la circunstancia de que los muros y las arquerías de la antigua mezquita todavía se conservan como parte integrante de la iglesia actual. También hay otros edificios que no son torres, como es el caso de la Parroquieta de la Seo, la cual merece un monográfico aparte.

Resulta fascinante el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa, entendido como la pervivencia de la que había sido realizada en la época islámica, a la cual denominamos “arquitectura zagrí”, como lo es hablar de “arquitectura islámica” en un territorio situado tan al norte de la Península donde este concepto tan solo suele relacionarse con Córdoba, Sevilla, Granada y, en menor medida, Toledo.

Sin embargo, todavía lo es más el origen de esta “arquitectura zagrí”, del que hablaremos en otro artículo.

 

Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.

Autor del libro «El Alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.

Artículos anteriores

La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (I).

La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (II): El caso de Tauste.

La arquitectura zagrí (IlI): Un poco de historia.

¿Por qué la llamamos «arquitectura zagrí»?

El yeso: Ese material tan habitual como ignorado.

Errores conceptuales respecto al yeso.

Técnicas de construcción con yeso.

Mortero de cal o pasta de yeso.