En nuestro descubrimiento de esa arquitectura zagrí aún no reconocida oficialmente por los historiadores, iniciamos ahora una ruta por el río Jalón, aguas arriba. Llegaremos a descubrir sendos alminares en Ricla y La Almunia de Doña Godina, pero, antes, merece la pena detenernos en Rueda de Jalón.
En esta localidad no encontramos arquitectura de ladrillo y yeso de la época zagrí, que es el objetivo principal de todos estos artículos, pero no podemos desaprovechar la ocasión para reivindicar los restos del imponente castillo islámico que aquí se alza, a unos 350 m de altitud sobre el nivel del mar, dominando buena parte de la comarca.
En la bibliografía existente sobre el mismo se nos dice que fue construido en el siglo IX, lo cual lo sitúa entre las fortalezas musulmanas más antiguas de la Península. Fue concebido como un lugar inexpugnable, clave para la defensa de la Zaragoza islámica, por esa posición tan privilegiada sobre un alto cerro que domina buena parte del curso bajo del río Jalón, pero, posiblemente también -según veremos- como un lugar lujoso de residencia.
También descubrimos numerosas historias en torno al mismo, algunas de ellas relacionadas con el carácter libre de las gentes de esta tierra por aquel entonces, cuando aún se dependía de Córdoba. Parece ser que, en este contexto, la plaza de Rûtat al-Yahûdî (Rueda de los Judíos, nombre árabe de esta población) causó bastantes quebraderos de cabeza a los gobernantes de Córdoba, capital del gran Estado de Alandalús, incluyendo al propio califa Abderramán III, siendo este -como fue en su tiempo- el monarca más poderoso de todo Occidente.
Conseguida la independencia de la Marca Superior a partir de 1018 con capital en Saraqusta, seguramente esta fortaleza adquirió un carácter también residencial para la segunda dinastía que aquí reinó, la de los Hudíes, linaje árabe procedente del Yemen que gobernó entre los años 1038 y 1110. Al convertirse el castillo en un alcázar real de los sultanes de Saraqusta, la población a sus pies creció considerablemente hasta el punto de alcanzar el rango de ciudad, tal y como la describe el historiador andalusí al-ʕudrī. Por eso no es de extrañar que en 2019 se hallase una impresionante lápida de la esposa de un wazīr y qā’id, fechada en 1105, o que una de las puertas de Alagūn (Alagón) se llamase Puerta de Rueda. De esta época es la historia de una traición perpetrada contra el rey Alfonso VI de Castilla. Este había acudido para apoderarse del castillo a consecuencia de un trato que había hecho con el alcaide del mismo y su ejército fue víctima de una emboscada a la entrada de la fortaleza. Sufrió grandes bajas y el propio Alfonso VI tuvo que salir al galope. El Cid, que, por aquel entonces, servía al sultán hudí de Saraqusta Yūsuf I, al-Mutamân (“el que confía en Dios”), permaneció fiel a este y el monarca castellano tuvo que volver a su tierra con las manos vacías.
En el año 1110, la sociedad saraqustí se debatía en una situación insostenible. Por un lado, el acoso de los reinos cristianos próximos (castellanos y aragoneses) en sus exigencias de parias bajo coacción militar, lo cual estaba empobreciendo notablemente a la población, y por otro las ansias de los almorávides (pueblo guerrero y fanático procedente del norte de África que traía el rigor religioso extremo), por hacerse con el dominio de la capital. Finalmente, una parte de los zaragozanos, confiando en que los almorávides iban a ser su solución, abrieron las puertas a estos. El entonces monarca, ʕabd al-Malik I, ʕimâd ad-Dawla (“Pilar de la Dinastía”), tuvo que abandonar el trono y fue a refugiarse a su fortaleza de Rueda. Allí creó un pequeño señorío que llegaba hasta Borja, bajo la protección feudal de Alfonso I el Batallador.
Pero la historia más fascinante es quizá la menos conocida. En 1118, Alfonso I tomó Zaragoza y, tras múltiples avances en su afán de conquista, cercó la ciudad de Calatayud. Era el año 1120. Estando allí se enteró de que subía un poderoso ejército almorávide desde la parte de Valencia para reconquistar Zaragoza. El monarca aragonés reaccionó levantando el cerco a Calatayud para marchar con su ejército al encuentro de los almorávides. Enterado también nuestro rey moro destronado, partió con su pequeño ejército para ayudar al aragonés. En las tropas de este iban las huestes del duque Guillermo IX de Aquitania, apodado “el Trovador”. Consiguieron vencer a los almorávides en la batalla de Cutanda a pesar de la notable superioridad militar de estas, hecho bélico de similar trascendencia a lo que supondría un siglo más tarde la de las Navas de Tolosa, esta vez contra los almohades: las dos victorias consiguieron frenar un avance musulmán fundamentalista que hubiera tenido unas consecuencias imprevisibles para toda Europa. Sin embargo, en el instituto siempre se nos habló más de las Navas de Tolosa que de Cutanda, quizá porque aquella batalla tuvo lugar en Castilla y esta en Aragón».
A efectos de lo que nos ocupa, cabe destacar la relación que debieron entablar nuestro monarca destronado con Guillermo de Aquitania. Prueba de ello es un valioso jarrón tallado en cristal de roca, probablemente datado en el siglo VII, que ʕimâd ad-Dawla, (en las fuentes cristianas aparece con el nombre de “Mitadolo”), le regaló. Con el tiempo, este pasó a manos de su nieta, Leonor de Aquitania, quien fue una de las damas más relevantes de la historia medieval europea. El hecho es que este jarrón se encuentra actualmente en el museo del Louvre, es el único objeto que se conserva de aquella dama y, probablemente, salió del castillo de Rueda de Jalón.
En este lugar van apareciendo objetos de gran valor histórico y arqueológico, como es el caso de la lápida funeraria en 2019 que comentábamos antes. Estamos seguros de que, si se abordara un plan de actuación encaminado a la investigación arqueológica de todo el conjunto, así como a salvar y consolidar las ruinas que todavía están visibles y las que también aparecerían debajo de todas las enronas, se lograría la recuperación de un valioso bien material, trascendental para el conocimiento de lo que fue la taifa de Saraqusta bajo la dinastía de los Banû Hûd y la puesta en valor de esta parte del territorio aragonés. ¿Una segunda “Medina Azahara” a la escala de los sultanes de Saraqusta?
Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.
Autor del libro «El alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.
Artículos anteriores
La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (I).
La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (II): El caso de Tauste.
La arquitectura zagrí (IlI): Un poco de historia.
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El yeso: Ese material tan habitual como ignorado.
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Mortero de cal o pasta de yeso.
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Génesis de la Arquitectura Zagrí.
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