En la antigua Mesopotamia ya se utilizaba y también era conocido en otras civilizaciones de la Antigüedad, pero a lo largo de la historia de la humanidad siempre fue más utilizada la cal como material aglomerante, seguramente por la mayor disponibilidad de este material. Ante la ausencia de yeso, la cal se extrae mediante la cocción de piedras calizas, requiriendo una elaboración más compleja y con un resultado más incierto. Tiene la ventaja de ser menos alterable ante la presencia de agua (de hecho, los romanos siempre la utilizaron en sus construcciones, sobre todo si estas eran obras hidráulicas), pero luego comprobaremos que, en este sentido, al yeso se le ha atribuido una mala fama que no es sino producto de cierta ignorancia.
Veamos dónde radica el error. En realidad, el yeso, para que fragüe, no necesita ser cocido a esas altas temperaturas. A partir de 180ºC ya pierde una molécula y media de agua, pasando de SO4Ca. 2H2O (bihidrato) a SO4Ca. ½H2O (hemihidrato). Lo difícil es quitarle la media molécula que le queda, que es para lo que hay que incrementar tanto la temperatura, con el consiguiente consumo de energía que ello supone. El hemihidrato es el yeso industrial que habitualmente consumimos en cualquier obra. Como también tiene gran avidez por recuperar la molécula y media de agua perdida, mezclado con esta también fragua, pero da como resultado un material mucho más soluble, cuya degradación en presencia de humedad es bien conocida por todos, algo que no ocurre con ese otro “yeso” cocido a 1.000ºC. El problema reside en que llamamos “yeso” a todo, cuando realmente no es lo mismo. Seguramente, los yeseros tradicionales no tenían un conocimiento exacto de la magnitud de temperaturas a las que sometían sus aljezones, y sabrían que con menos calor ya se “secaba” el yeso, pudiendo obtener un polvo utilizable en construcción porque, mezclado con agua, fraguaba de igual manera que el que ellos fabricaban, pero tenían un grave problema: si no cocían tanto aquellas piedras, después no podían molerlas con los medios de que ellos disponían. Es decir, la obtención de un producto de tan altas prestaciones fue algo casual, impuesto por unas limitaciones ajenas a lo que realmente se pretendía, que no era otra cosa que obtener un polvo que fraguara al amasarlo con agua.
La producción industrial del yeso se realiza mediante un proceso diferente al tradicional. Aprovechando las ventajas de los molinos actuales, ahora primero se trituran las piedras y luego se procede al “secado” del polvo resultante. Esto se lleva a cabo haciéndolo pasar por unos cilindros metálicos giratorios a través de cuya superficie reciben ese calor necesario, con el consiguiente ahorro de energía que ello supone. Nuestros profesores de materiales y nuestros antecesores de profesión, sabiendo que a 180-200ºC ya se obtiene yeso listo para su amasado, posiblemente nunca sospecharon que lo que salía de aquellos hornos artesanales era otra materia bien diferente. Fue Pedro Bel (compañero nuestro y también arquitecto, investigador y buen conocedor de este material y de las técnicas tradicionales) a quien se le ocurrió la idea de reunir a un grupo de hombres jubilados que, durante su vida laboral, se habían dedicado a la fabricación artesanal de yeso, convencerlos para hacer una hornada al estilo antiguo, poder vivirla él en vivo y en directo y medir las temperaturas que se iban alcanzando. Llevaba unos termómetros de laboratorio preparados para temperaturas muy superiores a 200ºC, pero no sospechaba que iban a tener que soportar hasta los 1.000ºC, y se le rompieron. A partir de este hecho, Pedro despejó la incógnita: lo que salía de allí no era hemihidrato, sino anhidrita. Su labor investigadora y divulgativa acerca del yeso es encomiable, un referente para todos nosotros.
Siempre se tuvo el concepto de que el yeso, como material de construcción, fue introducido por los árabes en la península ibérica. Nos fuimos dando cuenta de que obras islámicas tan imponentes como el Castillo Mayor de Calatayud fueron realizadas totalmente con yeso. También de que, en toda la arquitectura de ascendencia islámica aragonesa de ladrillo, tanto la zagrí como la tagarina (o mudéjar), así como la realizada hasta el siglo XX, los ladrillos estaban sentados con yeso y no con mortero de cal. Posiblemente, obras tan esbeltas como nuestras torres zagríes y tagarinas no hubieran resistido tan bien el paso del tiempo de no haber sido erigidas con este material que es capaz de mantener a lo largo del tiempo una elasticidad que no la tienen los morteros de cal (mucho menos, los de cemento Portland, mucho más duros pero también más frágiles), imprescindible para soportar esfuerzos dinámicos a flexotracción producidos por el viento. Pero, ¿y antes?, ¿qué material habían usado como aglomerante nuestros antepasados anteriores a la cultura islámica?
Intrigado por esta pregunta, me di una vuelta por el yacimiento celta de Valdetaus (siglo V a.C.), situado a unos 3 Km de Tauste en dirección a Remolinos. Examinando visualmente el mortero con el que están sentadas las piedras de aquellos restos de muros, parecía tener la misma naturaleza que el que aparece en aquellos viejos castillos. ¿Sería yeso? De ser así, se desmontaría la creencia de que habían sido los árabes quienes nos habían enseñado a hacerlo. Comunicada esta sospecha a la Asociación Cultural “El Patiaz” y a la Directora General de Patrimonio del Gobierno de Aragón, Marisancho Menjón, promovimos la realización de análisis químicos de ese material para determinar su verdadera naturaleza. El 14 de octubre de 2020, gracias al interés mostrado por la Directora General, recibimos la visita de los técnicos del Laboratorio para la Calidad de la Edificación, del Gobierno de Aragón y tomaron las correspondientes muestras “in situ”. Tras los correspondientes análisis llevados a cabo en laboratorio, el informe resultó concluyente: era yeso, con impurezas (como es lógico y habitual), pero yeso. Lo que no podía asegurarse mediante los análisis químicos era si el bihidrato era polvo natural (sin haber sufrido proceso de cocción) o procedía de una elaboración de calentamiento a alta temperatura para después ser triturado y amasado con agua. Sin embargo, esta duda, planteada desde el punto de vista químico, no nos afectaba a nosotros en el terreno práctico. Para obtener polvo de esas piedras sin cocerlas previamente, es necesaria una trituración con medios mecánicos de los que aquella gente no disponía, o bien, extraerlo de su superficie por un proceso de limado o lijado con algo abrasivo. ¿Y para qué se iban a molestar en extraer ese polvo si no iba a reaccionar con el agua y, por tanto, no les iba a servir como aglomerante? Está claro que nuestros antepasados celtas, mil años antes de la llegada de los musulmanes a la Península, ya conocían la elaboración del yeso.
Seguramente, nunca se abandonó este tipo de industria en nuestra tierra. La incorporación al Imperio romano tampoco supondría el olvido de la misma. Los romanos venían con unas técnicas muy regladas y utilizaban el mortero de cal en sus construcciones regias, pero no tiene sentido pensar que el pueblo llano se fuera a buscar piedra caliza lejos de su enclave natural para fabricar un aglomerante ajeno a su medio y mucho más costoso de elaborar, teniendo el suyo propio en total abundancia. Posteriormente, la islamización de la población a partir del siglo VIII favorecería el desarrollo de las técnicas de construcción con el yeso como principal protagonista (además del ladrillo), a diferencia del resto del mundo occidental.
Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.
Autor del libro «El Alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.
Artículos anteriores
La Arquitectura Zagrí y Mudéjar en Aragón (I)
La Arquitectura Zagrí y Mudéjar en Aragón (II): El caso de Tauste.
La arquitectura zagrí (IlI): Un poco de historia.
¿Por qué la llamamos «arquitectura zagrí»?
El yeso: Ese material tan habitual como ignorado.