Entrando ya de lleno en la arquitectura religiosa de ascendencia islámica calatayubí, comenzaremos por la torre e iglesia de San Andrés. Empleo el término “calatayubí” porque era el que le gustaba usar a Agustín Sanmiguel y la expresión “ascendencia islámica” (también copiada de él) porque sirve lo mismo para referirse a la realizada en época de gobierno islámico como cristiano.
Sobre esta iglesia, la historiografía tradicional reconoce una primera fase medieval (siglos XIV-XV) correspondiente a la parte más occidental (los cuatro primeros tramos contados a partir del muro de los pies del templo). Lo siguiente sería ya construido en el siglo XVI, es decir, un tramo más hacia la cabecera y el ábside poligonal de cinco lados. La primera parte se reconoce fácilmente por sus bóvedas de crucería sencilla (típicas de su época: el gótico) y la segunda por sus bóvedas de crucería estrellada (típicas también de su época: el renacimiento). La torre la fechan, sin dejar ningún resquicio para la duda, a partir de 1508. En efecto, consta que el 2 de febrero de 1508 los vecinos de San Andrés deciden construir un “campanar” y que el 27 de mayo de 1509 se autoriza un primer gasto de 1.500 sueldos para su fábrica. Esto fue certificado por D. Pedro Díaz, notario de Calatayud. Sin embargo, como veremos más adelante, este dato no ha de referirse a toda la torre, sino al cuerpo de campanas, el cual se construiría sobre el cuerpo ciego, que ya existiría de antiguo, aunque Javier Peña Gonzalvo opina que toda la obra pertenece a la misma época y la sitúa en el siglo XI, basado en que este cuerpo de campanas posee elementos constructivos impropios del siglo XVI.
Como siempre que nos disponemos a estudiar algo sobre un terreno concreto lo primero que haremos es observar su ubicación exacta y su orientación.
Encontramos que la iglesia se orienta hacia el nordeste, lo cual ya empieza a ser algo raro para un templo cristiano medieval. Antes de profundizar en el análisis constructivo, nos llama la atención una noticia dada por los propios historiadores de que “es una de las primeras parroquias fundadas tras la Reconquista (1120)”. Como siempre, nos resulta extraño que, nada más conquistar la ciudad, se pusieran a construir un templo a toda prisa. Si en aquellos años construyeron una iglesia en este lugar, sería románica, lógicamente. ¿Nos encontramos ante otro caso extravagante más de “iglesia románica derribada poco tiempo después y de la que no hay resto alguno”?
Tanto para ser una iglesia románica como gótica (siglos XII al XV) la planta resulta algo anómala. No es una nave al uso, sino que tiene planta basilical, entendiendo por tal aquella que se compone de al menos tres naves, es decir, una central y dos laterales de menor altura, separadas por arquerías. Aquí se da la circunstancia de que estas son ojivales y túmidas (efecto de “herradura”, típicamente islámico). Existe un tipo de planta parecido, que es el de “salón”, donde las naves laterales tienen la misma altura que la central, y del que tenemos un ejemplo en la propia ciudad de Calatayud, en la iglesia de San Pedro de los Francos. Sin embargo, en esta, las columnas tienen sección polilobulada, de forma que en su coronación reciben adecuadamente todos y cada uno de los nervios de las bóvedas que en ellas descansan, mientras que en San Andrés los pilares tienen forma cruciforme, pensados solo para recibir los arcos túmidos. Como dice Javier Peña, los nervios de las bóvedas de crucería arrancan “como pueden” a uno y otro lado de esos muros.
En Andalucía se reconoce sin ningún tipo de complejo que fueron reutilizados muchos de los edificios islámicos que habían construido sus habitantes antes de la conquista castellana. Entre ellos, tenemos el caso de la ermita de Cuatrovitas, antigua mezquita, en Bollullos de la Mitación (Sevilla). En el caso de San Andrés, tuvo que suceder esto mismo. Es la única manera de darle explicación lógica a la fundación de aquella iglesia tan temprana, pues, evidentemente, no les había dado tiempo de llevar a cabo construcción alguna tras la conquista. También esta “extraña” estructura de mezquita: los pilares de planta cruciforme y los arcos apuntados de herradura. Además, por encima de estos, hallamos una cornisa corrida que no pudo ser sino el elemento de apoyo de la estructura original de la cubierta: una estructura triangular de madera labrada para la nave central e inclinada a un agua para las naves laterales.
El investigador Agustín Sanmiguel acreditó que las bóvedas se construyeron en 1462 y, junto al arquitecto Javier Peña, que restauró la iglesia en 1990, constataron que anteriormente tuvo una techumbre de madera y que la sustitución de esta por las bóvedas góticas fue la causa del desplome del muro norte por empujes de las mismas. Efectivamente, el empuje de estas bóvedas, agravado por la sobreelevación del templo, produjeron dicho desplome, tal y como puede observarse en la figura siguiente.
Es particularmente significativo el hallazgo de un canete de madera durante las obras de restauración de 1990. Se trata de una de las piezas destinadas a soportar el extremo de una de las vigas de esa estructura de cubierta. La decoración de rizos que presenta se da en la arquitectura califal, pero no en el mudéjar aragonés. Parece que fue pintado en colores negro y rojo.
Así pues, nos encontramos ante una de las pocas mezquitas conservadas en Aragón de la época islámica, lo que aporta un gran valor histórico a este templo. Constaba de tres naves (como decíamos antes, la central de mayor altura y también anchura) y tres tramos, con antecedentes islámicos del siglo XI en las mezquitas de Tremecén o Argel. En ella es donde se funda una de las primeras parroquias de la ciudad.
En los siglos XIV y XV se lleva a cabo la ampliación y reforma gótico-mudéjar, consistente en añadir un tramo más hacia el este (una especie de crucero encubierto) y la sustitución de las techumbres de madera por las bóvedas de crucería sencilla. En la parte correspondiente a la nave central de la ampliación debió de construirse un cimborrio. Se sabe que existía en 1456 porque en ese año se encarga a los hermanos Farax el Rubio y Brahem el Rubio (musulmanes, claro está) la construcción de un cimborrio para la desaparecida iglesia de San Juan Bautista, indicándose explícitamente que fuese como el de San Andrés. Este último, luego se hundiría y sería sustituido en el siglo XVII por la cúpula oval -ciega y sin tambor- que hoy conocemos.
En el siglo XVI se lleva a cabo la ampliación hacia la cabecera con el actual ábside poligonal de cinco lados. Visitando el interior de la iglesia, resulta muy fácil la lectura y distinción de las tres etapas constructivas, pues Javier Peña (director de las obras de restauración) tuvo el acierto de pintar de blanco la más antigua (es decir, la antigua mezquita), mazarrón y gris la segunda de ellas (la gótica) y ocre en la tercera (época renacentista).
En cuanto a la torre, es de planta octogonal. En las obras de restauración se descubrió que forma una obra unitaria junto con el templo al que acompaña, puesto que no hay juntas de unión ni restos de trabas posteriores. Este detalle, junto con otros que veremos, nos llevan a datarla también en el siglo XI, al menos en lo referente a sus cuerpos ciegos. Los superiores, donde se alojan las campanas, pueden datarse a principios del siglo XVI, siendo esta la fase que comentábamos al principio sobre la noticia de “construir un campanar”. Tiene la particularidad de que toda ella se apoya en una cúpula construida mediante hiladas enjarjadas de ladrillo (lo que comúnmente se denomina “por aproximación de hiladas”), es decir, volando una hilada sobre la anterior hasta llegar a cerrar la obra en el cénit o punto superior central. Comparte esta circunstancia con la cercana torre de Santa María y también con las de Albalate del Arzobispo y Utebo (de esta última ya llegamos a la conclusión de que también se trataba de un alminar del siglo XI y de las otras trataremos en otros artículos). Podemos deducir que el precedente lo tiene bien cerca: en los torreones del Castillo Mayor, donde la obra es de piedra de yeso en lugar de ladrillo. En el Magreb existe algún caso semejante para alojar el mihrab, pero aquí no tendría sentido esa utilidad pues se encontraría descentrado respecto al muro de la quibla, que es el orientado hacia el sureste. Quizá tuviera función de capilla funeraria, como es el caso de otras torres orientales similares a esta. Curiosamente, esta cúpula no fue pensada para quedar vista ya que no tiene las hiladas bien rejuntadas (tiene las rebabas de yeso tal y como quedaron en el momento de la colocación de los ladrillos) y después le hicieron un “falso techo” para ocultarla, que consiste en una bóveda de crucería de ocho nervios.
Su escalera no es intramural, como en el caso de las primeras torres zagríes, sino que pertenece ya al sistema evolucionado de torre y contratorre, con la escalera entre ambas, formada a base de hiladas enjarjadas y peldañeado también de ladrillo. Tiene tres peldaños en cada tramo y los escalonados del techo se producen entre rincones correlativos, por lo que los ángulos de esas medias artesas invertidas son oblicuos. La contratorre es totalmente hueca de abajo a arriba, como el alminar nuevo de La Seo de Zaragoza (oculto dentro el campanario barroco), o la desaparecida Torre Nueva de Zaragoza, ambas del siglo XI) y tiene tan solo un ladrillo de espesor. Esto es totalmente lógico pues descansa sobre la cúpula antes mencionada y vieron la conveniencia de no sobrecargarla demasiado. El hueco de la escalera, al no ser intramural sino dejado entre las dos torres concéntricas, es bastante alto (más de 4 metros), pues son 24 peldaños los que se suben en cada vuelta, lo que, a una media de 20 cm por peldaño, dan esa altura más el espesor de la bovedilla enjarjada con el peldañeado. La forma de construir una torre como esta es bastante más sencilla que en el caso de la escalera intramural, de las que ya hemos visto varias (las más antiguas, San Pablo de Zaragoza y Santa María de Tauste, por ejemplo). Mientras en estas últimas tenían que ir levantando todo el conjunto a la vez, dejando en el interior de la obra el hueco de la escalera y el de las estancias interiores, en las estructuras de torre y contratorre iban por delante con la torre interior, que les servía de guía vertical, a la vez que la envolvían con la correa de la escalera y la torre exterior. A medida que se acerca al cuerpo de campanas donde desemboca, esta altura libre va disminuyendo hasta quedar en poco más de 2 metros.
Aparentemente, el cuerpo de campanas constituye una fase constructiva diferente, tanto por su fisonomía exterior (composición de huecos, sección de contrafuertes en las esquinas, etc.) como, incluso, por la coloración del ladrillo. No nos extenderemos aquí en describir toda la ornamentación que enriquece su visión exterior, pues para eso otros autores lo han hecho ya suficientemente y merece la pena su consulta (principalmente, Agustín Sanmiguel en su libro “Torres de ascendencia islámica en las comarcas de Calatayud y Daroca” y José Antonio Tolosa en su web Aragón Mudéjar, iglesia de San Andrés, quienes lo hacen de manera magistral). Sin embargo, no puedo resistirme a plasmar literalmente un pequeño párrafo que, al respecto, escribió Agustín Sanmiguel: “la decoración exterior de la torre podría calificarse, como ya poéticamente se ha hecho, de filigrana, en el sentido de labor delicada y fina, que no emplea motivos de gran tamaño”. En efecto, las molduras aplantilladas de las esquinas, los enmarcados de los huecos, las celosías de las ventanas de la parte islámica, los frisos pseudoepigráficos, los medallones que cubren sus óculos y otros refinados detalles hacen de esta torre un monumento muy especial y de gran belleza.
Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.
Autor del libro «El alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.
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La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (II): El caso de Tauste.
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