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Iglesia y Torre de Santa María de La Vilueña

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La Vilueña es una pequeña población cercana a Ateca y Terrer, al sur de ambos municipios, situada sobre un promontorio. En él destaca la iglesia de Santa María con su torre campanario situada en el lado oeste del templo.

Se trata de un conjunto arquitectónico muy modesto, tanto que ni aparece en la completa obra “Arte mudéjar aragonés” de Gonzalo Borrás Gualís, editada en 1985 por el Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Zaragoza y la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y Rioja. Lo que aquí se desarrolla está basado en lo descrito por Agustín Sanmiguel Mateo en su libro “Torres de Ascendencia Islámica en las comarcas de Calatayud y Daroca”, posteriormente recogido y actualizado por José Antonio Tolosa en su web https://www.aragonmudejar.com/calatayud/viluena/viluena1.html, todo ello analizado desde la perspectiva del arquitecto técnico. Veremos que, a pesar de esa modestia, presenta aspectos muy singulares y dignos de destacar, quizá más desde el punto de vista constructivo que del arquitectónico.

Por sus características constructivas, se detecta una edificación bastante antigua. La iglesia es de una sola nave y tiene adosadas dos capillas en el lado norte (el del Evangelio) y otra más pequeña en el lado sur (el de la Epístola), siendo estas claramente posteriores a la construcción de la nave principal. Esta es de planta rectangular, con cabecera plana y compuesta por cuatro tramos divididos por arcos fajones apuntados. Sobre ellos descansa la estructura de la cubierta, formada por maderos ocultos por encima de un falso techo.

Interior de la Iglesia de Santa María de La Viñuela. Foto J.A. Tolosa.

 

No existe documentación sobre la fecha de su construcción. Lo que sí parece claro es que la torre y la iglesia se levantaron en la misma época, pues constituyen una construcción unitaria. La obra es de tapial, pero no el típico tapial de yeso formado por aljezones y pasta de yeso, sino que aquí los bolos son de cuarcita, por ser el material más abundante en el medio cercano. Nos encontramos ante un caso más donde se confunde el tapial con la mampostería, pues se interpreta erróneamente que la erosión y el paso del tiempo han deteriorado el enlucido de yeso que cubría esa supuesta mampostería, dejando al descubierto los bolos, cuando en realidad se trata de una obra que se hizo encofrada. En algunos lugares, aún se aprecian las marcas horizontales de los tableros de madera que se utilizaron para encofrar.

Desde la mentalidad impuesta en esta tierra de que, salvo el palacio de la Aljafería y algunos castillos en ruina, todo es de época cristiana, lo más inmediato es atribuirle una datación cercana a los siglos XIII-XIV. Sin embargo, el hecho de que tenga una cabecera plana y una estructura de arcos fajones (algo bastante atemporal) nos hace pensar en dataciones no contemporáneas a las iglesias que claramente se construyeron en esa época (cabeceras poligonales y techos abovedados), sino anteriores. Como ya expusimos en otras ocasiones, cuando los aragoneses iban avanzando en la conquista del territorio a los musulmanes, se iban encontrando pueblos con sus mezquitas y alminares que, lógicamente, consagraban para el culto cristiano: el alminar se aprovechaba para campanario y la mezquita para iglesia, dedicándola, generalmente, a la Virgen María.

El tapial de yeso lo vemos en las ruinas de los castillos de época islámica que quedan en nuestro territorio. El primer cuerpo de la torre también es del mismo tapial, realizado a la vez que el templo y sin junta constructiva alguna. El segundo cuerpo ya es de ladrillo. La torre es de dimensiones modestas: una base prácticamente cuadrada de unos 4,40 m de lado y una altura aproximada de 18 m. La escalera sube en sentido antihorario entre la torre propiamente dicha y un machón central, con dos peldaños en cada cara del cuadrado y rellanos partidos en tres pañuelos en cada esquina, lo que hace un total de 20 peldaños en una vuelta completa. Actualmente se accede al interior de la misma a través del coro en alto situado a los pies de la iglesia, pero la escalera también baja hasta el nivel del suelo, lo que indica que, en su origen, se entraba a la torre desde abajo.

 

De arriba abajo, planta del conjunto Torre - Iglesia Santa María de La Viñuela, alzado oeste y plantas de la torre. Dibujos A. Sanmiguel.
De arriba abajo, planta del conjunto Torre – Iglesia Santa María de La Viñuela, alzado oeste y plantas de la torre. Dibujos A. Sanmiguel.

 

La estructura de la escalera es muy curiosa, pues está hecha a base de bovedillas de medio cañón apuntado con el eje horizontal (también encofradas, como los muros), una en cada cara, que se van escalonando en las esquinas para salvar la cabezada. Se compone de ocho tramos en total, tres hacia abajo desde la entrada en alto y cinco hacia arriba hasta llegar al segundo cuerpo. En Aragón, este sistema, tan habitual en los alminares andaluces y en los del Magreb, solo existe aquí y en la torre de Aniñón, detalle sumamente interesante. En la torre de Ateca también vimos que había unas bovedillas de medio cañón, pero solo en el primer tramo y parte del segundo y de tan solo unos 50 cm de longitud cada una de ellas.

Detalle de una de las bovedillas de la torre. Foto J.A. Tolosa.
Detalle de una de las bovedillas de la torre. Foto J.A. Tolosa.

 

¿Sería esto de La Vilueña una mezquita con su correspondiente alminar que ha sobrevivido al paso de los tiempos? Desde luego, la estructura de arcos fajones es perfectamente compatible con la época andalusí. Si lo expuesto anteriormente nos parece insuficiente, podemos hallar otras claves en el cuerpo superior de la torre. La escalera desemboca donde termina el primer cuerpo, machón central incluido, para encontrarnos en lo que ahora es el cuerpo de campanas, construido todo él en ladrillo, coronado por un chapitel octogonal del mismo material. La transición entre la planta cuadrada de la torre y la base octogonal del chapitel está resuelta mediante unas trompas en los rincones, como es habitual en estos casos.

Sección vertical. Dibujo A. Sanmiguel.
Sección vertical. Dibujo A. Sanmiguel.

 

Al exterior, presenta un ventanal en cada cara, con tres ventanas más pequeñas en la parte superior, todas ellas con arcos apuntados. En esos ventanales encontramos una particularidad muy especial, y es que están enmarcados dentro de un alfiz, pero solo la parte superior, es decir, lo que corresponde al alzado del arco y no así a la parte recta de debajo. Esta era la forma clásica del califato de Córdoba (siglo X), y también existe en el oratorio de la Aljafería, así como en ventanas geminadas de alminares toledanos o andaluces, siendo en todos estos casos arcos de herradura. Claro que hay en Aragón arcos apuntados enmarcados en alfiz (Belmonte de Gracián o Aniñón, por ejemplo), pero abarcando este a todo el vano en su altura y no solo a la parte del arco.

Alzado del segundo cuerpo. Dibujo A. Sanmiguel.
Alzado del segundo cuerpo. Dibujo A. Sanmiguel.

 

Nos encontramos, pues, ante algo único, ya que solo existe en la portada de la iglesia de Morata de Jiloca (pero esta ya es del siglo XIV) y, para encontrar un precedente, tendríamos que trasladarnos hasta el mausoleo de Ismail Samaní, en Bujará (Uzbekistán), uno de los lugares más apreciados de la arquitectura de Asia Central, construido en el siglo X.

Mausoleo de los Samaníes en Bujara (Uzbekistán). Foto R. Hierro.
Mausoleo de los Samaníes en Bujara (Uzbekistán). Foto R. Hierro.

 

El segundo cuerpo de esta torre de la Vilueña había sufrido múltiples reformas que lo habían desfigurado, pero, afortunadamente, la restauración a la que fue sometido le devolvió su estado original. Sin embargo, fotografías de su estado anterior nos dan también otras claves muy interesantes. Se aprecia que en la primera intervención que desvirtuó su fisonomía original se había construido en los lados este y norte un arco de medio punto por debajo del arco apuntado del ventanal grande, con sus jambas correspondientes, posiblemente en el siglo XVI. Está claro que el objetivo no fue otro que el de estrechar el vano para colocar una campana pequeña, lo cual da a entender que antes no hubo otra campana más grande, adecuada al ventanal original. Si la torre se hubiera concebido como campanario desde su origen, la pregunta que plantea Agustín Sanmiguel es la siguiente: ¿cómo serían y dónde estaban antes las campanas? Evidentemente, no hay respuesta posible y todo esto induce a pensar que la torre no fue pensada para poner campanas. ¿Un alminar para la llamada a la oración mediante la voz del almuédano?

Foto anterior a la restauración de la Torre donde se observa que los ventanales se habían estrechado para colocar campanas pequeñas. Foto. J.A. Tolosa.
Foto anterior a la restauración de la Torre donde se observa que los ventanales se habían estrechado para colocar campanas pequeñas. Foto. J.A. Tolosa.

 

Son ya demasiados casos (y aún veremos más) en los que, a falta de documentación, se dataron los edificios en época cristiana sin base suficiente porque, por alguna razón quizá difícil de explicar, no podía concebirse que en nuestra tierra quedaran construcciones de épocas anteriores, negándoles sistemáticamente su verdadera historia. Dicen algunos que “por prudencia” y que, para considerarlos de otra forma, habría que demostrarlo. Quizá lo prudente sería que, a falta de esas pruebas documentales y ante las evidencias constructivas que nos llevan a este tipo de conclusiones, se dataran sistemáticamente en época islámica y, para pasarlos a la cristiana, fuera entonces cuando tuviera que demostrarse. Sería una forma de salvaguardar su verdadero valor histórico.

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Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.

Autor del libro «El alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.

 

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