En publicaciones anteriores anunciamos que nuestro compañero Jaime Carbonel iba a compartir con nosotros una serie de artículos donde nos ofrece un punto de vista desde la figura del arquitecto técnico sobre la arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón. Este arquitecto técnico de profesión, también se ha desarrollado como escritor, ya que es autor del libro “El Alminar de Tawust”. Y es gran conocedor de los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa gracias a sus extensas intervenciones en obras de restauración del patrimonio.
“Siendo esta una serie de artículos redactados con el objetivo de compartir con los compañeros de profesión mis propias experiencias en el ámbito del patrimonio arquitectónico aragonés, me parece oportuno empezar relatando cómo me inicié en todo ello. No lo haré con ningún afán personalista, pues lo que me propongo es crear un poco de conciencia sobre lo mucho que podemos aportar los arquitectos técnicos en esta materia cuando abordamos el enigma desde el punto de vista de “cómo haría yo esto”, es decir, la ejecución material, precisamente aquello en lo que tenemos la exclusividad y la mejor preparación. Allá voy.
Hacia el año 2004 se produjeron unos desprendimientos en el escarpe cercano a la base de la torre de Santa María de Tauste que, lógicamente, fueron motivo de preocupación por la posible repercusión que podrían tener para la estabilidad de la misma. Por parte de la Administración, se contrataron los servicios de unos geólogos, los cuales, tras los estudios oportunos, dictaminaron que, aunque habría que proceder algún día a la consolidación del talud, no era algo que revistiera excesiva urgencia.
Transcurridos unos tres años, a la vista de que allí no se hacía nada, preocupado por el asunto -como natural de Tauste que soy-, conseguí hacerme con una copia de aquel informe geotécnico. En él detecté una serie de imprecisiones y solicité una entrevista con sus autores con el fin de intercambiar criterios. El trabajo que habían hecho era impecable, pero resultó que aquellas imprecisiones provenían de la información que, en su visita a Tauste, se les había dado. La más llamativa de ellas se refería a la presión que supuestamente la torre transmitía al terreno, dato que se les había cuantificado entre 2,2 y 2,5 Kp/cm. Desconfié de la fiabilidad de ese dato y me puse a calcularlo. Se trataba de calcular el peso de la torre y dividirlo por la superficie de la base de la misma.
Había que comenzar por determinar el volumen de obra maciza para aplicarle la densidad correspondiente. Como decían que se componía de dos torres, una dentro de la otra, era tan fácil como hallar la sección horizontal de cada una de esas torres, multiplicarlas por su altura y, al volumen resultante, sumarle los de la correa de la escalera y de las bóvedas de las estancias interiores superpuestas. Fue entonces cuando busqué las dos torres y no las encontré, sino una torre única con una escalera intramural girando de manera helicoidal por dentro de un muro de gran espesor. La edificación tenía mucha más masa y la presión que transmitía al terreno por efectos gravitatorios resultó ser 3,91 Kp/cm2, a la que sumando la debida a la acción del viento en el tacón de sotavento, arrojaba un total de 4,28 Kp/cm2. Es decir, el doble de la que se había considerado para valorar la seguridad de la torre. Comenzaba a acercarse al límite admisible.
Expuesto todo ello ante el Ayuntamiento, se consiguió que, por fin, se acometieran las obras oportunas.
Pero lo más interesante a efectos de lo que nos ocupa ahora es que, viéndolo desde el prisma de arquitecto técnico, es decir, “cómo haría yo esta torre si se me encomendara una construcción así”, nos encontrábamos ante el gran cambio que ello implicaba en el sistema de ejecución. Construir una torre interior e ir envolviéndola con otra exterior y la correa de la escalera (o de la rampa), entre ambas es bastante sencillo, técnicamente hablando (el paradigma es la Giralda de Sevilla), pero levantar un muro de gran espesor que cierra la planta de la torre, dejando un hueco escalonado dentro del mismo, supone una obra bien distinta, mucho más artesanal, que requiere un gran dominio espacial por parte del alarife que la ejecuta y que, además, supone un procedimiento de trabajo mucho más arcaico que ese de las dos torres concéntricas que siempre nos contaron, también llamado de “torre y contratorre” o “estructura de alminar almohade”.
Evidentemente, no se trataba de una construcción inspirada en la arquitectura almohade, tal y como decía la tradición. Tampoco tiene mucho sentido semejante afirmación respecto a toda la arquitectura mudéjar aragonesa, erigida a partir del siglo XIII, pues no es lógico pensar que aquí, tras dos siglos de cristiandad, se estuvieran copiando los modelos de un país enemigo cuya frontera se encontraba ya a unos 500 Km hacia el sur (el territorio de la actual Andalucía).
También se decía que la torre de Santa María de Tauste se había construido para ser el campanario de la iglesia a la que acompaña, como colofón de toda la obra. Extraño campanario este donde, para alojar las campanas, tuvieron que eliminar los parteluces de los ventanales para hacerles hueco suficiente.
Examinando in situ todo el conjunto de manera minuciosa, llegué a una pequeña estancia a la que accede desde la falsa de la iglesia (sabéis que llamamos “falsa” en Aragón al espacio que queda entre las bóvedas y el tejado), donde descubrí un detalle decisivo en todo esto. A esa altura, se percibe claramente cómo la iglesia y la torre constituyen dos edificaciones independientes. Esta se encuentra a los pies de la nave, prácticamente alineada con el eje de la misma (con una ligera desviación), pero no comparten muro común y, en ese lugar, se aprecia una separación de unos 8 cm entre ambos edificios. Asomándome a ese espacio, descubrí que, mientras la pared perteneciente a la torre tenía las hiladas de ladrillo perfectamente rejuntadas, las del paramento perteneciente a la iglesia presentaba las rebabas propias del mortero que va rebosando a medida que se asientan los ladrillos. Evidentemente, cuando la iglesia se construye, la torre ya estaba allí.
¿Quién, cuándo, en qué contexto y para qué se había construido esa torre?”
Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico