Después de desarrollar los argumentos que justifican la datación de la torre de Santa María de Tauste en el siglo XI como alminar de la mezquita a la que acompañaba, parece oportuno detenernos un poco más en esta localidad para comprobar que nuestra formación como arquitectos técnicos también nos sirve para otros descubrimientos importantes.
Esta vez, no es en el ámbito de la arquitectura, sino del urbanismo y, más concretamente, de nuestra capacidad para interpretar el desarrollo de las ciudades a partir de los planos actuales de las mismas. En efecto, al observar el plano de una ciudad con siglos de historia, detectamos el casco histórico como un área central con una alta densidad de líneas (las calles son estrechas, a veces tortuosas, las parcelas son pequeñas, etc.) y, a partir de ahí, van surgiendo los ensanches correspondientes a cada época, encontrando en los más actuales las avenidas más anchas y los trazados más ortogonales.
En el caso de Tauste, cuando comenzamos a poner de manifiesto las singularidades de la torre de Santa María que la hacían incompatible con la interpretación tradicional de “torre mudéjar bajomedieval”, la autodenominada “Comunidad Científica” (como si ellos fueran los de ciencias y nosotros los de letras, y sin ningún menosprecio por nuestra parte hacia las formaciones de letras, faltaría más) solo opuso como argumento que Tauste, antes de la conquista de Alfonso I (1121), no tenía siquiera entidad de población, sino que tan solo era un lugar con unas pocas casuchas. Por tanto, no cabía imaginar la erección de semejante alminar en medio de la nada.
Era un argumento no falto de razón. Sin embargo, para nosotros era evidente que esta torre se había construido en el siglo XI y eso indicaba que, en este lugar, en esa época, tuvo que haber una población importante. En algún sitio tenían que estar enterradas aquellas gentes que supuestamente nunca habían existido. Me puse a recabar información sobre cómo eran los cementerios islámicos medievales: pegados a la ciudad, pero extramuros, a diferencia de los cristianos, que enterraban a sus muertos dentro de las iglesias o en torno a las mismas. Los fundaban a la orilla del camino más importante que llegaba a esa ciudad, con la esperanza de que sus antepasados les protegieran contra la entrada del mal (invasiones, epidemias, etc.). Se trataba de una costumbre heredada de los romanos.
El enterramiento se realizada tras un ritual de purificación del cuerpo. Consistía en lavarlo bien con agua y envolverlo en un sudario blanco. Depositaban al muerto en una fosa estrecha, sobre el costado derecho y sin ajuar alguno, con los pies hacia el NE y la cabeza hacia el SO, de forma que, así, la cara miraba hacia el SE, es decir, hacia La Meca. De esa forma, el día del Juicio Final, lo primero que verá al resucitar será la Puerta del Paraíso.
Examinado el plano de Tauste a escala 1:1000, se veía claramente el casco fundacional y los anillos de ensanche. El camino principal que aquí llegara tenía que ser, evidentemente, el de Zaragoza. Coincidía con el hecho de que, en esa zona, cuando se llevaba a cabo alguna excavación (cimientos de casas nuevas u obras de infraestructuras), solían aparecer restos óseos humanos. Se había dado la explicación de que, hacia el año 1885, había habido una epidemia de cólera con una alta mortandad y que no daba tiempo a enterrar a los muertos adecuadamente, por lo que hubo que improvisar unas fosas comunes. En la misma época en la que me encontraba inmerso en todos estos asuntos de la torre, se me encomendó la dirección de una obra en esa zona y, en efecto, aparecieron unos cuantos enterramientos. No se trataba de fosas comunes, sino tumbas individuales y bien ordenadas. No fue posible discernir la posición de los cuerpos, pues cuando la excavadora sacaba los huesos de la tierra, el esqueleto ya aparecía totalmente roto. No podía ser un cementerio cristiano porque el primero que se fundó en Tauste fuera de la población había estado en el actual parque de Santa Bárbara y ese todavía lo habíamos conocido, pues había perdurado hasta los años 80 del siglo pasado. De allí, el cementerio se había trasladado a donde lo conocemos hoy y, antes de aquello, habían estado enterrando a los muertos en la iglesia de Santa María y alrededores. Sobre el plano fui marcando los solares donde se sabía que habían aparecido muertos y detecté un cementerio de al menos 2 Ha (enorme: el equivalente a dos campos de fútbol). Tenía que corresponder a una época olvidada en la que Tauste habría tenido una población muy considerable. Mientras no se confirmará mediante las excavaciones arqueológicas oportunas, lo de que fuera una maqbara (cementerio musulmán) no pasaba de ser una hipótesis, pero no cabía otra explicación posible. Se trata de una zona del ensanche urbano de Tauste que tiene como eje principal el segundo tramo de la avenida Obispo José María Conget.
Mientras tanto, había desarrollado un trabajo que titulé “Tauste en los siglos XI al XIII” y que expuse en una ponencia en el contexto de las X Jornadas sobre la Historia de Tauste (marzo de 2009). En ella expuse, ayudado de proyecciones de imágenes, cómo tuvo que ser el Tauste de aquella época, las circunstancias de la construcción del gran alminar y el adelanto de dónde tenía que estar el cementerio musulmán. El trabajo fue publicado en el libro de actas correspondiente, con el plano incluido en la página 60 donde señalaba la ubicación de la necrópolis.
Posteriormente, en octubre de 2010, se confirmó que aquellos enterramientos eran musulmanes, cuando desde la Asociación Cultural “El Patiaz” se decidió abordar una pequeña cata arqueológica con sus limitados medios económicos. En un rectángulo de unos 15 m2, se hallaron las cinco primeras tumbas, inequívocamente islámicas pues tenían las características indicadas anteriormente. Esos medios económicos limitados, bien administrados, aún dieron para financiar unos estudios de Carbono 14. El resultado fue sorprendente: correspondían a una datación comprendida entre los siglos VIII y XII, es decir, todo el arco de dominio islámico en el valle medio del Ebro. Pero lo más espectacular fue que una de las muestras arrojaba la fecha más antigua de un enterramiento musulmán en toda la Península de todos los datados hasta entonces por métodos radiocarbónicos, solamente contemporáneo de otro hallado en la necrópolis islámica de la plaza del Castillo de Pamplona.
A partir de aquel hecho, la Dirección General de Patrimonio Cultural del Gobierno de Aragón catalogó un área de necrópolis de 4 Ha. Pensamos que seguramente no llegó a tener tanta extensión, pues en ella hay zonas donde no hay constancia de restos y las probabilidades son prácticamente nulas, pero sí se ha tenido conocimiento de restos aparecidos fuera de esa área, por lo que lo que parece más aproximado pensar en una extensión real de unas 3Ha. No obstante, los cálculos de los arqueólogos, planteados a partir de la hipótesis más modesta de 2 Ha, arrojan una cantidad de 4.500 tumbas de gente adulta, más las infantiles intercaladas entre las mismas. Espectacular.
En años sucesivos, tuvieron lugar tres exploraciones arqueológicas más, todas ellas financiadas por El Patiaz, una asociación cultural movida por el entusiasmo de personas voluntarias, pero, como decía anteriormente, con escasos recursos económicos. La última de ellas, en 2013, pretendió ser más ambiciosa, conscientes de lo que ello podría reportar para el pueblo: organización de un campo de trabajo con estudiantes de arqueología, máxima difusión en medios informativos, etc. Se pretendió la colaboración de entes públicos, pero no estaban para estas cosas. En lugar de abandonar, tenaces e inaccesibles al desaliento, se promovió una campaña de crowdfunding para tratar de financiar la campaña mediante microdonaciones. En un solar particular de unos 350 m2 cuyo propietario puso amablemente a disposición de la asociación cultural, comenzó a excavarse con el objetivo de vaciarlo completamente de tumbas. Los recursos disponibles apenas dieron para “limpiar” apenas 80 m2. Aun así, el resultado fue satisfactorio: 24 enterramientos. Se confirmaba la densidad que ya se previó en la primera cata.
Tras semejante “apoyo institucional”, El Patiaz dejó de promover más excavaciones arqueológicas. La pelota cayó en el tejado del propio Ayuntamiento cuando, en 2020, se planteó renovar la urbanización de la avenida Obispo Conget. No hubo ninguna intención de aprovechar la ocasión para retomar los fines que, con tanta ilusión, había pretendido El Patiaz unos años antes. En el proyecto, solamente se contempló una modesta partida de 6.000 € para “posibles actuaciones arqueológicas”. No obstante, la realidad era tozuda y hubo que cumplir la normativa de Patrimonio, aunque ello implicara un gran imprevisto en el coste de las obras. Estas se llevaron a cabo en plena pandemia de Covid, lo que favorecía que el asunto se llevara a cabo con la máxima discreción dadas las restricciones de movilidad impuestas. Más de 600 tumbas iban quedando al descubierto en ese segundo tramo de la avenida, en un área de 4.000 m2, de los 30.000 m2 que pudo tener este cementerio. Bien podía pasar ya por ser el hallazgo arqueológico más notable de Aragón en las últimas décadas y la maqbara medieval más importante de Europa.
Que esto lo tuviéramos aquí, en un pueblo de Aragón, tan al norte de la Península, no dejaba de darle un punto añadido de fascinación, pero, una vez más, se perdía para Tauste una gran oportunidad. Fue la Asociación Cultural “El Patiaz” la que lanzó la noticia a través de las redes sociales, causando gran sensación en los medios informativos, tanto nacionales como internacionales. Sin embargo, dadas las circunstancias sanitarias del momento, no fue posible organizar ningún evento que diera a Tauste la posibilidad de que algo tan efímero físicamente como el descubrimiento de cientos de tumbas de tierra pudiera significar algo perdurable en el tiempo para la promoción cultural y turística de la zona.
En otros lugares de España, tampoco este tipo de hallazgos ha corrido mejor suerte. Dentro de cada tumba había una historia personal. En Tauste, el hallazgo de huesos de más de 1.000 años de antigüedad curados tras sufrir una fractura, un cráneo trepanado en una operación quirúrgica con signos evidentes de supervivencia o el hallazgo de un pendiente de mujer, inspiraron algunos de los personajes de la novela “El alminar de Tawust”.
Los esqueletos fueron recogidos ordenadamente y, de momento, se encuentran apilados en cajas dentro de una capilla del cementerio municipal. El examen antropológico de los mismos arrojará algún día (confiamos en que así sea) nuevas luces sobre aquellas gentes que construyeron la edificación más magnífica que jamás hubo en este lugar. Será su última gran aportación a este que fue su pueblo.
Al final de la avenida, se recrearon cinco tumbas cubiertas por un vidrio de seguridad y se colocaron unos paneles informativos que dan idea de lo que fue esta maqbara.
Así lo decidieron los responsables de aquel momento. Tampoco se demandaron ideas de expertos para hacer lo mejor posible al respecto, pero, al menos, ahí está. Aun así, hoy en día, una visita al lugar, guiada por los responsables de la Oficina de Turismo de Tauste, seguida de la correspondiente a la torre de Santa María y a otros lugares, no deja indiferente a nadie. Una aventura, un salto en el tiempo a 1.000 años atrás.
Este corto video puede dar idea de lo aquí expuesto.
Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.
Autor del libro «El Alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.
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