Entrados en materia sobre la Seo de Zaragoza mediante al artículo anterior en el que poníamos de manifiesto las particularidades de la Parroquieta de San Miguel, continuaremos exponiendo las no menos interesantes que también presenta esta catedral en referencia a la época islámica. De igual manera que con la Parroquieta, debo apuntar que todo lo que voy a exponer es producto de las investigaciones del arquitecto Javier Peña Gonzalvo.
Nosotros, los arquitectos y arquitectos técnicos, cada vez que afrontamos la tarea de examinar un edificio, tenemos la “manía” de comenzar por contemplar la planta del mismo y su relación con el entorno que lo rodea. En este caso, sorprende su “torcedura” respecto a la trama que lo envuelve (ver figura 1).
Efectivamente, la Seo se encuentra ubicada dentro del casco fundacional romano, delimitado al norte por el río Ebro, al sur y este por el Coso y al oeste por la avenida César Augusto. El trazado viario, dado su origen romano, es perfectamente ortogonal, con sus cardos en dirección norte-sur y sus decumanos en dirección este-oeste. El cardo máximo sería la calle Jaime I y el decumano máximo lo definirían las calles Mayor, Espoz y Mina y Manifestación (las tres alineadas). En este caso, cabe apuntar que, más que una dirección este-oeste perfecta, quisieron trazar una paralela al curso del río Ebro.
En el ámbito donde ahora está la catedral se ubicaría el foro romano, presidido por su templo, todo ello junto al puente de Piedra y al puerto fluvial, tal y como atestiguan los restos arqueológicos hallados, siguiendo la direccionalidad de la trama urbana (figura 2). Seguramente, aquel templo, dedicado a San Vicente, se transformaría en catedral una vez implantado el cristianismo en la ciudad. Tras la llegada del islam, se construye en este espacio la mezquita aljama. Es habitual que, cuando una nueva civilización suplanta por conquista a otra anterior, el principal templo de la nueva religión se ubique sobre el existente anteriormente. Sin embargo, en este caso, no fue así, sino que prefirieron fundar la mezquita en el espacio libre de la plaza del foro para orientarla hacia el sureste (La Meca). Cuando viene la nueva cristianización, tras la conquista de la ciudad por Alfonso I el Batallador, entonces sí que se aprovecha lo que había, es decir, aquella mezquita. Esa es la explicación de que la Seo de Zaragoza esté girada respecto a la trama urbana, con la particularidad añadida de que el ábside está en el lado nordeste del conjunto.
Tratándose de una catedral medieval, sorprende sobremanera su planta de salón en lugar de la linealidad de la gran mayoría (nave principal, naves laterales, cruceros, etc.). También a esto le daremos una explicación.
Pero vayamos a la fundación de aquella mezquita. Los textos árabes recogen lo siguiente:
“Hanash ibn ‘Abd Allah as-Sana’aní construyó la mezquita de la ciudad y levantó su mihrab. Cuando se hizo una ampliación de la mezquita-aljama, fue demolido el muro meridional, respetando el mihrab. Excavaron por debajo de él y lo levantaron sobre dos grandes vigas de madera bajo las cuales colocaron unas columnas tumbadas con el fin de trasladarlo de sitio. Tiraron luego de las dos vigas por medio de cables, pero el mismo día en que se hizo comenzó a agrietarse el mihrab. Al día siguiente lo aseguraron con cables y volvieron a correrlo hasta el lugar en que hoy sigue emplazado. Por encima de él y a sus lados construyeron el edificio que lo recubre”. (Ahmad ibn ‘Umar al ‘Udrí, 1003-1085).
“En su mezquita hay un mihrab de un solo bloque de mármol blanco que no existe en la tierra otro como este”. (Az-Zuhrí).
La tradición cuenta que la mezquita de Zaragoza era la más antigua de Alandalús, mandada construir por el tabí yemení Hanash as-Sana’aní. Se les llama “tabíes” a los personajes que directamente conocieron al profeta Mahoma o a los que convivieron con estos últimos (algo así como los apóstoles en el cristianismo). Según esto, su fundación es incluso más antigua que la de Córdoba -capital de aquel Estado que abarcaba casi toda la Península-, pues allí siguieron aprovechando durante algún tiempo la iglesia que allí había. También se cuenta que este tabí fue enterrado en el cementerio de Bâb-al-Qibla, junto a la actual iglesia de la Magdalena, y que su tumba era motivo de peregrinaje desde muchas partes del mundo islámico.
La mezquita original, fundada a partir del año 715, se compondría de cinco naves y el sahn o patio de abluciones (ver figura 3). Se accedería a través de este, con la entrada desde lo que ahora es la plaza de la Seo (como en la actualidad). Hacia el año 856, bajo el gobierno de Mûsà ibn Mûsà, de la dinastía muladí de los Banû Qasî, la ciudad viene experimentando un notable crecimiento y se hace necesaria la ampliación de la mezquita. Es cuando se le adosan dos naves más por el lado sur y se construye un alminar de estilo puramente cordobés, inspirado en la arquitectura siria, de donde era originaria la familia Omeya que gobernaba Alandalús. Se sabe cómo era este alminar por la impronta que dejó contra un muro que aún se conserva cerca de la plaza de la Seo, pero que no es visible desde la misma. El arquitecto Antonio Almagro lo estudió en 1993 y lo reprodujo en un dibujo con unas dimensiones bastante precisas: de planta cuadrada de 5,15 m de lado y una altura de unos 20 m (figura 4).
A partir de 1018, tras la independencia de este territorio respecto a Córdoba con la creación del reino de Saraqusta, se produce un gran crecimiento demográfico y el sultán Mundhir I at-Tujibí ordena una importante ampliación. A esa obra corresponde el hecho antes descrito del desplazamiento del mihrab, que es el nicho que representa la puerta del Paraíso, ubicado en el muro de la Qibla, orientado al sureste, hacia donde los musulmanes dirigen sus oraciones. Aunque dice la crónica de Az-Zuhrí que era una pieza de mármol blanco, debía de ser de alabastro (que es el tipo de roca que más abunda en este medio), de notables dimensiones y muy venerada, por haber sido su fundador el tabí antes mencionado.
Posteriormente, bajo la dinastía de los Banû Hûd, se produce la última gran ampliación, la erección del mausoleo orientado hacia el sahn y un nuevo alminar (ver figura nº 3). El edificio destinado a mausoleo todavía existe (la Parroquieta de la Seo, de la que tratamos en el artículo anterior) y de este nuevo alminar pasamos a hablar a continuación.
Evidentemente, los cuatro siglos de historia islámica en nuestra ciudad, con el esplendor que alcanzó en el último de ellos, dan para que su gran mezquita conociera al menos dos alminares. Una de las diferencias arquitectónicas principales entre las mezquitas y las iglesias es que, en las primeras, no importa tanto la altura del templo como la capacidad para albergar a los fieles. En las iglesias, sí que prima la elevación de los techos hacia el cielo para dotar al espacio de mayor espiritualidad y grandeza. El alminar que había sido construido en el siglo IX había servido perfectamente para llamar a los fieles a la oración y levantaba por encima de las cubiertas de la mezquita. Sin embargo, el mausoleo (actual Parroquieta) lo superaba ya en altura y, además, la mezquita había alcanzado tanta extensión en planta que resultaba necesaria la sustitución de aquel pequeño alminar de inspiración cordobesa por otro de mayor tamaño y de pura arquitectura zagrí: una torre octogonal de ladrillo y yeso semejante a la de San Pablo, a la de Santa María de Tauste o a las de San Andrés y Santa María en Calatayud.
¿Cómo sabemos que fue así? Sencillamente porque todavía existe, oculto dentro de la gran torre barroca que hoy conocemos. A finales del siglo XVII, se quiso dotar a la catedral de una torre grandiosa al estilo de la época y, para ello, encargaron el diseño a uno de los arquitectos de mayor prestigio del momento: el italiano Giovanni Battista Contini. Este hizo el diseño, pero ni siquiera estuvo en Zaragoza. Los constructores encargados de llevarlo a cabo decidieron que, para que la catedral tuviera esa torre, no era necesaria la demolición de la que ya existía porque esta, estructuralmente, se encontraba en buen estado. Además, les ahorraba construir una nueva escalera que nunca iba a ser mejor que la que ya había. Se limitaron a forrarla para convertir su planta octogonal en cuadrada y recrecerla en altura. Insisto: la torre octogonal medieval todavía existe oculta dentro de la otra y no se limita, ni mucho menos -como en alguna ocasión se ha escrito-, a un simple machón en la base. Estamos ante una realidad que se oculta deliberadamente sin saber exactamente por qué, y no es algo que sea precisamente nuevo: ya en 1937, el arquitecto Francisco Íñiguez Almech adelantaba esta posibilidad en un estupendo trabajo que hizo sobre las torres mudéjares aragonesas, pero parece ser que el Departamento de Historia del Arte de UNIZAR no es muy proclive a tener en cuenta razonamientos que no vengan de su propio entorno.
En 2009 tuve ocasión de visitar el interior de esa torre acompañado de los arquitectos Javier Peña y José Miguel Pinilla y de la historiadora Marisancho Menjón (actual directora general de Patrimonio del Gobierno de Aragón). Marisancho Menjón escribió en su blog este artículo, cuya lectura recomiendo encarecidamente por lo ameno, bien razonado y enriquecedor que resulta. Desde entonces, poco o nada se ha avanzado respecto a descubrir la verdad de este monumento, tratándose, como decía con mucha contundencia Marisancho Menjón, “de nuestro patrimonio, señores, que habría que reivindicar, estudiar profundamente y dar a conocer como se debe. Caramba…, ¡que se trata de la torre de nuestra primera catedral!”
El conocimiento de que hubiera existido aquel alminar viejo de planta cuadrada fue utilizado como argumento para negar que esta torre octogonal fuera construida también como alminar, pero, como decíamos antes, los cuatro siglos de historia islámica en nuestra ciudad dan para que su gran mezquita conociera al menos dos alminares. Del primero tenemos su impronta y del segundo su presencia física.
En algún artículo anterior describíamos cómo fue la evolución estructural de los alminares zagríes a lo largo del tiempo: tienden a ser cada vez más ligeros hasta convertirse en dos torres, una dentro de otra, con la escalera ascendiendo entre ambas. En este caso, nos encontramos ya en la época más evolucionada (ver la sección en la figura 5). Además, la torre interior es totalmente hueca. Se dice que pudieron romper las supuestas estancias interiores para subir las campanas por su interior, pero tal afirmación no tiene sentido porque el aparejo y la apariencia de los ladrillos no delatan en absoluto semejantes roturas. Llama la atención la suavidad de las escaleras y la altura libre en todo su recorrido: aquí sí que se trata de una correa de escalera (no un muro macizo con escalera intramural) y la altura que se consigue es la que da el desarrollo del peldañeado en toda una vuelta.
Veamos, por último, cómo fue la transformación de esta imponente edificación hasta convertirse en la catedral que hoy conocemos. Lógicamente, los cristianos la aprovecharon para dedicarla a su propio culto. Normalmente, las mezquitas que se consagraban para la liturgia cristiana se ponían bajo la advocación de la Virgen María, salvo cuando en la misma ciudad ya existiera otro templo dedicado a Ella. Este es el caso de Zaragoza, pues ya en época islámica los cristianos tenían su propio templo donde ahora está la basílica del Pilar. Por eso se puso la catedral más importante del reino bajo la advocación de San Salvador y hoy la seguimos conociendo como “Seo del Salvador en su Epifanía”. Tengamos en cuenta que las primeras décadas del siglo XII son de miseria absoluta: de los más de 50.000 habitantes que tenía la ciudad antes de la conquista, apenas quedan 5.000 y es necesaria la repoblación del territorio atrayendo a gentes de otros lugares mediante cartas de población, es decir, privilegios que van expidiendo los diferentes monarcas para tal fin. En ese tiempo, en cuanto a construcción se refiere, se ve clara la intención de “cristianizar” el gran edificio, pero apenas se consigue levantar en piedra la parte baja de lo que serán los tres ábsides semicirculares de la cabecera (estilo románico), que, curiosamente, los sitúan en el lado norte, lejos del venerado mihrab situado al este. El mihrab, convertido en capilla de la Virgen dentro del claustro que se construyó más adelante, aún era venerado por los moros zaragozanos en 1496, según relata el viajero alemán Jerónimo Münzer en sus crónicas. En el siglo XIV, cuando “era muy antigua… y amas desto era baja y oscura…” (o sea, que seguía en pie la mezquita), se va derribando para construir en su interior la catedral mudéjar, que con las ampliaciones de los arzobispos de la Casa de Aragón llegarían a alcanzar el cerramiento exterior cuadrado de la mezquita. Es en el mismo siglo cuando el arzobispo Lope Ferrench de Luna realiza las reformas oportunas en el mausoleo zagrí para convertirlo en el suyo propio (la Parroquieta que hoy conocemos).
De esa forma, la nueva catedral se va erigiendo dentro de la antigua mezquita, elevando sus techos hacia el cielo mediante bóvedas de crucería (al estilo de la época), hasta llegar a ocupar toda su planta. Sería extraño que no se conservaran restos arquitectónicos de aquella época (además de los arqueológicos que se han encontrado). Según Javier Peña, seguramente el muro de cerramiento del lado sur (actual calle del Cisne) sea el original de aquella mezquita, por lo que la altura del mismo nos determinaría la de aquel templo. El fenómeno es similar al sufrido por la mezquita de Córdoba, donde también fueron construyendo la catedral de la ciudad dentro de la misma, con la diferencia de que allí solo llegaron a ocupar una pequeña parte de la planta, pues la ciudad nunca alcanzaría ya la magnitud demográfica y social que había tenido en aquellos tiempos. Aquí llega a ocuparse por completo a lo largo de sucesivas fases. Esto explica que tenga planta de salón, algo extraño en una catedral medieval.
Para terminar, aunque ya las pusimos en el artículo anterior, volvemos a mostrar a continuación las vistas comparativas en el mismo espacio en el siglo XI y en la actualidad.
Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.
Autor del libro «El Alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.
Artículos anteriores
La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (I).
La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (II): El caso de Tauste.
La arquitectura zagrí (IlI): Un poco de historia.
¿Por qué la llamamos «arquitectura zagrí»?
El yeso: Ese material tan habitual como ignorado.
Errores conceptuales respecto al yeso.
Técnicas de construcción con yeso.
Mortero de cal o pasta de yeso.
¿Cómo nació la arquitectura mudéjar aragonesa?
Génesis de la Arquitectura Zagrí.