Tras visitar la torre de Utebo, continuamos la ruta del Ebro por la margen derecha del mismo, aguas arriba. A unos 13 Km de distancia, llegamos a la villa de Alagón, destacando en la parte más alta de su casco urbano la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol. En este altiplano se encuentra también la iglesia de Nuestra Señora del Castillo y una amplia plaza donde estuvo la fortificación y en la que los estudios arqueológicos sacaron a la luz vestigios de todas las épocas, hasta remontarnos a la prerromana.
Centrándonos en la iglesia parroquial y su torre, vemos que se trata de un conjunto formado por el ábside, la nave principal compuesta por tres tramos cubiertos por bóvedas de crucería (las dos primeras son simples y la tercera estrellada), la torre (objeto principal de este artículo) y una serie de capillas adosadas.
El profesor Gonzalo Borrás, en su obra “Arte mudéjar aragonés”, advierte que no existe documentación sobre esta construcción y él la establece en base a estudios comparativos de los elementos artísticos. Es decir, va atribuyendo fechas a cada una de las partes en función de sus semejanzas con obras de otros lugares para las que ya se han establecido fechas. De esa forma, plantea el conjunto formado por el ábside, los dos primeros tramos de la iglesia y la torre como una fase única y origen de toda la obra, y lo sitúa a finales del siglo XIII. Sin embargo, dicho profesor no repara en la junta vertical que separa el ábside del primer tramo, claramente visible en el alzado norte: la parte correspondiente al ábside tiene un color más oscuro y mucha más decoración que la de la nave, cuya labor de ladrillo es más clara y ausente de motivos ornamentales. Se aprecia perfectamente en la fotografía que se adjunta. A este punto, cabe advertir que la parte superior del templo, recorrida por un mirador de arquetes de ladrillo de doble rosca, es un recrecido que se llevó a cabo en el siglo XVI para liberar las bóvedas del peso de la cubierta.
Desconocemos si el hecho de que el ábside sea poligonal al exterior y semicircular al interior (ver plano de planta) despertó alguna sospecha en el profesor Borrás sobre una mayor antigüedad de la que él le atribuyó, pues parece una transición entre los ábsides semicirculares del románico a los poligonales del gótico, aunque está claro que él se decantó por la datación de esta última etapa. Sin embargo, posteriormente, la historiadora local Pilar Pérez Viñuales publicó la noticia de que, en 1223, el rey Jaime I oyó cantar a los clérigos en el presbiterio de esta iglesia, según cuenta la Crónica de dicho rey. Ello permite datar con toda seguridad esta parte de la obra hacia el año 1200 y explica la junta de construcción antes descrita.
La torre de Alagón: La extraña situación de la torre respecto de la nave
También se pasó por alto la extraña situación que tiene la torre respecto a la nave, en la esquina suroeste del segundo tramo. Parece como si hubiese estado allí siempre, condicionando el espacio para construir la nave entre ella y el ábside: demasiada distancia para hacer un solo tramo de crucería y, a la vez, demasiado poco para hacerlo en dos tramos. El primer tramo queda un poco corto respecto a su ancho y el segundo más todavía, como “comprimido” entre el primero y la torre porque ya no había más espacio. A la vista del plano de planta, uno se pregunta -si la torre no existía todavía, según la datación tradicionalmente admitida- por qué no hicieron este segundo tramo de la misma longitud que el primero y la torre un poco más hacia los pies del templo. ¿No será, realmente, que la torre ya estaba allí?
Efectivamente, durante las obras de restauración realizadas bajo la dirección del arquitecto Javier Peña Gonzalvo, se hicieron unas catas en una parte del paramento de la torre que da al interior de la iglesia y se descubrieron dos cosas interesantes: la primera es que, detrás de la capa de enlucido, aparece el mismo agramilado en las hiladas de ladrillo que en el exterior, lo que indica que la torre había sido construida para ser visible en todas sus caras, y la segunda es que en la misma se había picado el hueco correspondiente para recibir el nervio de la bóveda que acomete sobre ella. Todo ello viene a corroborar de manera inequívoca la mayor antigüedad de la torre respecto al templo.
Habiendo sido Alagón una ciudad importante desde época antigua y con las posibilidades de alta demografía que poseía en época islámica, cerca del Ebro y con unos regadíos abastecidos con las aguas del río Jalón, debemos considerarla como una de esas poblaciones que, cuando son tomadas por los cristianos, poseen una o varias mezquitas con sus correspondientes alminares y que son consagradas para el culto cristiano. En el caso de Alagón, este hecho se produce en 1119 (después que Zaragoza). La mezquita se convierte en iglesia y la torre se aprovecha para campanario. En el plano de planta anterior se distinguen claramente las distintas fases constructivas de todo este interesante conjunto.
Javier Peña recrea en su hipótesis el proceso de transformación del conjunto arquitectónico original (mezquita y torre) en el actual (iglesia y torre). La forma y dimensiones de la mezquita las situó basándose en las de San Andrés de Calatayud, así como su estructura (con cuatro columnas centrales, dividiendo el espacio en nueve cuadrados) y la situación del muro de la qibla y su mihrab, orientado hacia el sureste, como corresponde a la religión musulmana. La edificación se mantendría tal cual hasta 1200, aproximadamente, cuando se le adosa el imponente ábside, construido ya con la altura que tienen pensada para el nuevo templo que erigirían a continuación. Todo ello condiciona que el presbiterio no siga la orientación canónica cristiana, que hubiese sido hacia el este o sol naciente, sino que mira hacia el NE.
Aquí Javier Peña adelanta una teoría muy interesante, con la prudente advertencia de que solo es una posibilidad, pues nada de ello puede demostrarse. A la vista de lo “comprimidos” que están los dos primeros tramos de la nave entre el ábside y la torre, él piensa que, quizá, cuando estaban haciendo el ábside, de igual forma que ya pensaban derribar la mezquita para hacer un templo de mayor altura, también tenían intención de derribar la torre. Lo basa en que, posiblemente, este ábside es la primera obra mudéjar que se realiza en Aragón (recordemos que haríamos mejor en denominarla “tagarina”, pero aquí continúo con el término “mudéjar” para no complicar la comprensión de todo esto) y que esa es la causa de que posea dos ventanales grandísimos de estilo normando: los alarifes que llevan a cabo la obra no han hecho nunca un templo con las nuevas modas cristianas y toman este modelo de ventanales que, posteriormente, abandonarían por otro más modesto dados los problemas que les causan semejantes proporciones de huecos. Tanto la tipología de la torre como de la iglesia son hermanas de las de San Pablo de Zaragoza y de Santa María de Tauste. Mientras tanto, en estas también se llevan a cabo las obras de los nuevos templos, en los que deciden reutilizar los alminares para campanarios, quedando, en estos dos casos, centrados a los pies de sus correspondientes iglesias. Pudo ser entonces cuando reconsideraran la posibilidad de aprovechar también esta torre cuya belleza iba a ser difícil de superar y así se hizo, con el resultado que aquí venimos exponiendo.
En el siglo XVI, se añadiría el tercer tramo (más estrecho, dado el condicionante que supone la torre) así como dos capillas laterales y también se recrecería todo el templo con ese mirador de arquetes, tal y como explicábamos al principio. Los grandes ventanales normandos fueron cegados para reforzar la fábrica del ábside, que había sufrido graves deformaciones y agrietamientos debido a los empujes de la cubierta. Afortunadamente, estos ventanales han sido recuperados recientemente para mayor esplendor del templo. El resto del conjunto es ya de los siglos XVII y XVIII.
De la torre, al igual que en otras, siempre se repitió la cantinela de que se trataba de una estructura de alminar almohade, formada por torre y contratorre con la correa de escalera entre ambas. Realmente, su estructura, tal y como corresponde a la época real en la que se construyó (primera mitad del siglo XI) se compone de una torre única, de planta octogonal, construida enteramente a base de ladrillo sentado con yeso, con una escalera intramural cuyo hueco se iba dejando en su interior a medida que se levantaba la torre. Tal y como hemos explicado en artículos anteriores, se trata de una técnica constructiva más arcaica y que precede a la de “torre y contratorre”.
¿Por qué, entonces, la datación dada por los historiadores, basada en la comparación de estilos artísticos, conduce a resultados erróneos en casos como este? Sencillamente porque, al no haber admitido nunca que el legado islámico en Aragón podría ir más allá de lo que meramente es el palacio de la Aljafería y unos pocos castillos en ruinas, adscribieron todo a la época cristiana y nos dejaron huérfanos de nuestros predecesores, de los que vivieron aquí, en el mismo lugar donde nosotros ahora lo hacemos, pero en el siglo XI, privándonos también del mayor valor histórico que ello supone para una parte importante de nuestro patrimonio arquitectónico y que merece ser reivindicado.
Siguiendo con las particularidades constructivas de la torre, interiormente se aligera mediante estancias superpuestas, cubiertas por bóvedas esquifadas de ocho paños. El techo de la escalera se resuelve mediante bovedillas enjarjadas y desemboca en una estancia de doble altura, con unos amplios ventanales pero divididos con un parteluz. Ello denota que, naturalmente, el alarife que la construyó nunca pensó en dejar unos espacios donde alojar campanas, pues la torre no fue concebida para ello. La espadaña que se levantó sobre la terraza que corona la torre fue una construcción posterior que vino a suplir esa necesidad.
Por último, cabe destacar la importante función de atalaya para la que fue concebida principalmente, en un punto tan estratégico del valle medio del Ebro como es cerca de la desembocadura del río Jalón. Desde ella se domina buena parte del territorio, como parte integrante de una red de comunicación visual, con contacto directo con Tauste y otros territorios y, sobre todo, con Zaragoza, la capital del reino.
Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.
Autor del libro «El Alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.
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