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La Torre de Longares

Iniciamos aquí un recorrido desde Zaragoza por la autovía Mudéjar y el valle del río Hueva, en dirección sur. Llegaremos a Longares, una localidad situada a unos 35 Km de la capital. Ya desde lejos, llama la atención su esbelta torre, con una elegancia exótica y un aire magrebí perfectamente integrado en el paisaje.

Acercándonos a ella, esa fascinación que despierta resulta todavía mayor, sin llegar a comprender uno todavía por qué, ya que si algo tiene en su decoración es una extrema sobriedad. Quizá ello y su refinada silueta constituyan los secretos de ese embrujo tan especial que desprende.

 

La iglesia es monumental: una construcción renacentista del siglo XVI, con planta de salón de tres naves y unas ricas bóvedas estrelladas sobre las típicas columnas anilladas de aquella época.

Pero aquí lo que nos interesa es la torre. Construida toda ella en ladrillo y yeso, está situada a los pies del templo, “extrañamente” descentrada respecto de la nave central.

Planta del conjunto Torre-Iglesia
Planta del conjunto Torre-Iglesia. Dibujo F. Chueca. “Arte mudéjar aragonés”. G. Borrás. 1985.

 

El profesor Borrás, nuestro máximo y más brillante estudioso del arte mudéjar aragonés, la cataloga de entrada dentro de ese arte que desarrollaron los musulmanes que se habían quedado a vivir en este territorio tras la conquista cristiana. Desecha, como en otros muchos casos, toda posibilidad de que fuese un alminar zagrí reutilizado, en ese empeño de no reconocer ni uno solo en todo Aragón, habitual en otros muchos historiadores. Recoge noticias de obras de mantenimiento llevadas a cabo en esta torre entre 1330 y 1470, pero, contradictoriamente, sitúa su construcción de nueva planta en la década de 1390, sin más base que la existencia en la iglesia de un cáliz gótico con esmaltes, decorado con las armas de un rector que hubo en Longares por aquel entonces, llamado Francisco de Aguilón, y del arzobispo Lope Fernández de Luna, de quien recordamos que reformó un edificio islámico que había anexo a la mezquita mayor de Zaragoza para que fuese su propio mausoleo y que hoy conocemos como la Parroquieta de la Seo. Parece ser que Francisco de Aguilón, además de rector de Longares, administraba obras del entorno de aquel arzobispo y, por ello, afirma que “no sería de extrañar que {este rector…] hubiera impulsado las obras la fábrica de la enigmática torre de Longares” (“Arte mudéjar aragonés”, tomo II, página 196). En el párrafo siguiente, se apresura a afirmar con rotundidad que “es menester desechar de entrada que la torre de Longares haya sido ningún alminar musulmán” y lo justifica en el hecho de que, por dentro, la torre es hueca, dividida en estancias superpuestas, contrariamente a la estructura habitual de los alminares. Omite, sin embargo, que este tipo de estructura ya se usaba desde antiguo en este territorio, como es el caso de los torreones del Castillo Mayor de Calatayud. También extraña que aporte la noticia que había recogido Francisco Íñiguez en el Archivo de la Comisión de Monumentos de Zaragoza en la que decía que “en el año 1424 la torre ya existía de viejo” cuando, si se hubiese construido en la década de 1390, para entonces aún habría sido prácticamente nueva. Dice recurrir al análisis de las características artísticas y formales del monumento para apoyar su datación, pero no hace alusión alguna a otras torres que pudieran servir de precedente. La realidad es que esta torre es bastante única en esos aspectos.

Demasiada actividad constructora vemos, sin embargo, en las explicaciones que da José Antonio Tolosa, quien, en su web Aragón mudéjar, aporta la teoría de que hacia 1127 se hubiese levantado una iglesia románica, la cual sería sustituida por otra mudéjar y esta, después, por el templo que hoy conocemos. Si bien esa supuesta iglesia románica habría que descartarla, pues de ella no se ha encontrado resto alguno, sí hay que considerar que allí hubo antes otra edificación de ladrillo de la que sí queda un pequeño trozo de muro perfectamente visible desde la calle, a la derecha de la torre.

Muro antiguo existente junto a la torre
Muro antiguo existente junto a la torre

 

Ahora bien, que esta edificación fuera en su origen una iglesia mudéjar también es bastante dudoso pues, si esta torre se sido concebido como campanario de aquella iglesia, la supuesta iglesia hubiera tenido proporciones tan grandiosas o más que la actual renacentista, lo que parece descartable, según apunta Agustín Sanmiguel en su libro “Torres de ascendencia islámica en las comarcas de Calatayud y Daroca”.

La torre tiene planta cuadrada, de unos 6 m de lado, y una altura de 38 m hasta las almenas que la coronan, lo que supone un coeficiente de esbeltez muy elevado (relación entre la altura y el lado del cuadrado, mayor de 6). Por encima de esas almenas asoma una torrecilla de base octogonal, algo que recuerda a la torre de Tauste. La orientación del conjunto iglesia-torre es altamente sospechosa de que en este mismo lugar hubo antes una mezquita, pues el ábside no mira hacia el este sino hacia el noreste. Ello significa que el lado de la Epístola está orientado hacia el SE, que pudo ser la dirección a La Meca que tuviera el templo anterior (el mismo caso que en la iglesia de San Pedro de Alagón, por ejemplo).

Orientación torre e iglesia
Orientación torre e iglesia

 

Exteriormente, la torre se divide en tres cuerpos mediante impostas, teniendo la única decoración en el último de ellos. Se trata de un bello recuadro, que se repite por igual en las cuatro caras, con dos estrechos huecos en arco apuntado. Curiosamente, estos huecos son ciegos y siempre lo fueron, pues no coinciden con ninguna estancia interior sino con el macizo de la bóveda que separa las dos últimas estancias. Teniendo en cuenta que, en su origen, la torre tenía el mismo aspecto que ahora tiene, hay que decir que fue construida con todas las estancias ciegas (en todo caso, alguna aspillera) y sin lugar alguno para poner campanas. Luego hay que descartar la idea de que fuera construida para sirviera de campanario. Este uso se le dio en tiempo indeterminado cuando, para poner campanas, rompieron la fábrica de ladrillo en las cuatro caras de la última estancia, llegando a romper, incluso, la parte superior de la rica cenefa que forma el recuadro antes mencionado.

Estado actual de la torre (reconstituida a su estado original)
Estado actual de la torre (reconstituida a su estado original)

 

Estado de la torre antes de su restauración (Foto A. Sanmiguel)
Estado de la torre antes de su restauración (Foto A. Sanmiguel)

 

Detalle del cuerpo superior ya restaurado (Foto J.A. Tolosa)
Detalle del cuerpo superior ya restaurado (Foto J.A. Tolosa)

 

Internamente, la torre se divide en seis estancias superpuestas cubiertas con bóvedas de cañón apuntado, todas ellas en la misma dirección, paralelas a la longitudinal de las naves. En el dibujo siguiente se observa cómo el recuadro decorativo original coincide en altura con la bóveda existente entre la quinta y la sexta estancia, por lo que las ventanas tapiadas contenidas en el mismo nunca pudieron estar abiertas. En cambio, los huecos de la parte superior sí que fueron abiertos a posteriori para poder alojar campanas.

Sección vertical (Dibujo A. Sanmiguel)
Sección vertical (Dibujo A. Sanmiguel)

 

Plantas de la torre a distintos niveles (A.M.A. G. Borrás. 1985)
Plantas de la torre a distintos niveles (A.M.A. G. Borrás. 1985)

 

Bernabé Cabañero Subiza, uno de los mayores expertos del arte musulmán en Aragón, del examen minucioso de esta torre dedujo que trataron de hacer una réplica del antiguo alminar de la mezquita aljama de Zaragoza, imitando las ventanas geminadas en cada una de sus caras y el gran marco de alrededor. Todo esto lo desarrolló en un trabajo titulado “Las torres mudéjares aragonesas y su relación con los alminares islámicos y los campanarios cristianos que les sirvieron de modelo”, publicado en la revista “Turiaso XII”. Recordemos que fue Antonio Almagro quien dibujó aquel alminar a partir de la impronta que se encontró en el muro sur del transepto de la catedral y que correspondía, por tanto, a la cara norte del mismo.

 

Antiguo alminar de la mezquita aljama de Zaragoza (Dibujo A. Almagro)
Antiguo alminar de la mezquita aljama de Zaragoza (Dibujo A. Almagro)

 

Ante esta suposición, el profesor Cabañero explicó que “esta imitación debe ser tan fiel al original que los artistas que la llevaron a cabo hicieron algo tan incomprensible como es el olvidar completamente que la función de esta torre [la de Longares] era la de servir de campanario y construirla sin ningún vano en que alojar las campanas; razón por la cual algún tiempo después de construirla fue preciso abrir en el muro antiestéticos arcos apuntados donde disponer las campanas. Este hecho, que puede calificarse de verdaderamente sorprendente, solo puede entenderse ante la fascinación que sentían los cristianos por la arquitectura islámica y su continuación en el arte mudéjar y lo arraigadas que permanecían en los artistas de religión islámica que quedaron en Aragón tras la conquista cristiana las costumbres arquitectónicas de sus antepasados, hasta el punto de ser estos últimos incapaces de construir un cuerpo de campanas coherente”. Esta explicación resulta tan idílica como entrañable, pero, bajando al terreno de lo real, no parece muy sostenible, pues normalmente las cosas suceden por motivos menos sublimes. Quienes conocemos y vivimos el mundo de la construcción sabemos que tiene que haber otra explicación más razonable. Más lógico es pensar que tanto a quien la mandó hacer como a quien la hizo jamás se les ocurrió que algún día esa torre pudiera ser utilizada como campanario, en cuyo caso, tenemos que remontarnos a la época islámica.

De igual forma que Borrás, Cabañero también se esforzaba en el mismo trabajo por disuadir a quienes pudieran pensar en la posibilidad de que se tratara de un antiguo alminar, alegando que los vanos ciegos contenidos dentro del recuadro son apuntados y que, por tanto, tenían que ser forzosamente de época cristiana, pero venimos viendo que el arco apuntado se usaba ya desde antiguo, sobre todo en el mundo oriental -de donde nos vienen estas técnicas constructivas- y también aquí (por ejemplo, en la Aljafería). Otro argumento que esgrime se refiere a la decoración geométrica del recuadro (lazos de cuatro octogonal), pues dice que comenzaron a generalizarse en el siglo XII con la construcción del mihrab de la mezquita de Tinmal y el de la Kutubiyya de Marrakech (ambas en Marruecos), pero omite que los hay muy parecidos en el Irán del siglo XI, lo cual justificaría su presencia en la Zaragoza hudí, tal y como apunta Agustín Sanmiguel Mateo.

De lo que no cabe duda es del uso principal para el que se construyó esta torre, es decir, el de atalaya, dadas sus proporciones y dominio visual, función que cobra más sentido en época islámica que en la cristiana, en el conjunto de una red de todas ellas, como las de Villanueva de Huerva, Aguilón, Encinacorba, Romanos, Villarreal de Huerva y Daroca, jalonando el camino que venía desde Teruel, las cuales iremos viendo en los siguientes artículos.

 

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Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.

Autor del libro «El alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.

 

Artículos anteriores

La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (I).

La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (II): El caso de Tauste.

La arquitectura zagrí (IlI): Un poco de historia.

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