«El término “zagrí” es un neologismo ideado por el arquitecto zaragozano Javier Peña Gonzalvo y me parece oportuno desarrollar aquí de dónde viene.
Se denomina “Al-Ándalus” a la unidad geopolítica que quedó constituida en la península ibérica bajo el dominio musulmán a partir del año 711. Todos pensamos que su origen es árabe, pero tiene mucho sentido la teoría de que este nombre sea anterior y que provenga de la voz germánica «landahlauts», que se compone de “land” (tierra) y “hlauts” (lote), es decir, el lote que les correspondió a los visigodos cuando se repartieron el antiguo Imperio romano entre todos los pueblos bárbaros. Como todos sabemos, la partícula “land” la llevan muchos países (Finlandia, Holanda, Islandia, etc.) y a los visigodos les tocó esta parte. El profesor Federico Corriente, uno de los arabistas más brillantes que ha habido en España, razonó que “Al-Ándalus”, en la lengua andalusí, sonaría más bien “Alandalús” y, nosotros, dada la gran autoridad reconocida (y merecida) a este personaje, la adoptamos de esta forma.
A la frontera de este gran país -llegó a abarcar casi toda la península- con el mundo cristiano, se la denominó “Marca Superior”; en árabe “ath-Thagr al-‘Alà” o, simplemente, “Marca”, es decir, “ath-Thagr”, donde “ath” simplemente es el artículo. Teniendo en cuenta de la “th” suena algo parecido a la “tz”, podemos llamar “Tzagr-Alandalús” a toda esta tierra del valle del Ebro que quedó como frontera. Javier Peña dedujo que la denominación más adecuada para las gentes del “Tzagr” sería “zagríes” y lo propuso de esta manera, ya que la terminación “-í” es muy habitual en los gentilicios de origen árabe (por ejemplo, andalusí, marroquí, iraní, etc.). Aunque se trata de una palabra todavía poco conocida, tampoco es tan ausente entre nosotros: en Zaragoza, concretamente, tenemos una glorieta bautizada con el nombre de “los Zagríes”, a propuesta suya, que se encuentra en la intersección del Paseo Teruel con la Avenida Goya. Esta sería, pues, la acepción que correspondería al árabe-andalusí que hablarían aquellas gentes. El respaldo que todo ello tiene en la lengua castellana lo encontramos nada menos que en “El Quijote”, donde Cervantes nos dice que “Tagarinos llaman en Berbería a los moros de Aragón, y a los de Granada, mudéjares” (capítulo XLI, que lleva por título “Donde todavía prosigue el cautivo su suceso”). Resulta evidente que el sufijo “-ino” es muy habitual en los gentilicios de lengua castellana (alcalaíno, alicantino, granadino, etc.) y que, en aquellos primeros años del siglo XVII -cuando tuvo lugar la expulsión de los moriscos aragoneses-, quedaba todavía en la memoria colectiva que aquellos eran los descendientes de las gentes del “Thagr” (zagríes en árabe-andalusí y tagarinos en castellano).
Naturalmente, Granada, tras su conquista por Fernando II de Aragón, quedó incorporada al reino de Castilla y, en lengua castellana, se les llamó “mudéjares” a los musulmanes que se quedaron a vivir en tierras cristianas. Proviene del árabe “mudayyan”, que significa “a quien le es permitido quedarse”. Cuando comenzó a sistematizarse el estudio de la Historia en el siglo XIX, se hizo desde una versión totalmente españolista, aplicando lo castellano a todo el resto del territorio, y fue así como a nuestros tagarinos se les asignó el adjetivo generalista de “mudéjares”.
En cuanto a la arquitectura, nos parece correcto, desde este punto de vista, denominar “zagrí” a la que se desarrolló en estas tierras del actual Aragón en época islámica (sobre todo, en el siglo XI) y nos quedaremos con la de “mudéjar” para la que tuvo lugar a partir de la incorporación al reino de Aragón, aunque sería recomendable no olvidar la de “tagarina” para mantener en la memoria uno de los aspectos fundamentales que siempre nos distinguieron del resto de España.
Realmente, la arquitectura tagarina -o mudéjar aragonesa- posee una finura especial que la diferencia, cuyo origen lo encontramos en el uso del yeso como material de agarre, a diferencia del resto del mundo occidental, donde lo habitual era emplear morteros de cal. De esto hablaremos en sucesivos artículos.»
Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.
Autor del libro «El Alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.
Artículos anteriores
La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (I)
La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (II): El caso de Tauste.