“Edificada en un terreno fértil parece una motita blanca en el centro de una gran esmeralda –sus jardines- sobre la que se desliza el agua de cuatro ríos, transformándola en un mosaico de piedras preciosas”. (Al-Qalqashandí).
Tras varios artículos dedicados a edificios de época taifal que todavía nos quedan en Zaragoza, creo oportuno destinar este a dar unas pinceladas sobre lo que pudo ser la ciudad en sí.
Después de dos siglos y medio de dominio visigodo, la antigua Caesaraugusta había caído en un declive total, como había ocurrido con el resto de lo que había sido el Imperio romano. La llegada del islam supuso un renacimiento que se hizo más evidente a mediados del siglo IX bajo el gobierno de los Banû Qasî, familia muladí descendiente del conde visigodo Casio. Prueba de ello es la importante ampliación que en esa época se hizo en la mezquita aljama para dar cabida a una mayor población.
Pero el gran desarrollo le vino tras la muerte de Almanzor, cuando se produjo la fitna (guerra civil) en Córdoba. Gobernaba por aquel entonces en Saraqusta Mundhir at-Tujibí (de la dinastía de los Banû Tujîb) y fue este quien declaró la independencia de todo el territorio de ath-Thagr al-‘Alà (Marca Superior de Alandalús), con Saraqusta como capital administrativa. Buena parte de la élite cordobesa vino a afincarse en nuestra ciudad en busca de seguridad y atraída por la liberalidad de sus gobernantes. Hasta entonces había predominado un modelo de arquitectura inspirado en la sirio-bizantina, pues la familia Omeya que había ostentado el trono cordobés hasta entonces era originaria de Damasco, pero, a partir de estos hechos, los monarcas saraqustíes se miraron en Bagdad porque era la sede del califato Abasí y la ciudad con mayor desarrollo del mundo conocido. Fue de esta manera como surgió una arquitectura desconocida hasta entonces, importada del mundo oriental, que debió de resultar muy exótica a los ojos de propios y visitantes, realizada con ladrillo y yeso, facilitado todo esto por el gran parecido del medio geográfico de aquellas tierras lejanas con el valle medio del Ebro: grandes desiertos, con ausencia de piedra para construir, pero abundancia de arcilla para fabricar ladrillos y yeso para material aglomerante, y fértiles oasis (en este caso lineales, en las riberas del Ebro y sus afluentes) donde florecen la civilización y la cultura.
Se desarrolla un modelo de sociedad islámica en la que la mayoría de la población se ha convertido a esa religión por motivos económicos (se ahorran el impuesto de capitación) y en la que también existen unas importantes minorías: la judía, cuyo barrio se encontraba en el entorno del actual seminario de San Carlos Borromeo, y la cristiana o mozárabe, en la zona de donde ahora se encuentra la basílica del Pilar. Además, estaban las gentes venidas de otros lugares de la península (principalmente de Córdoba) así como del norte de África (bereberes) y del mundo árabe. Estas últimas constituían la élite social. Concretamente, las dos dinastías que gobernaron Saraqusta durante este periodo fueron los Banû Tujîb y los Banû Hûd y ambas eran originarias de Yemen. Dicho modelo social se basa en el desarrollo de la ciudad como forma de disfrutar de unos servicios que en el medio rural no son posibles. En Zaragoza existen escuelas, hospitales, alumbrado público, alcantarillado, baños públicos y otros progresos todavía desconocidos en el mundo cristiano occidental.
Se desarrolla el comercio, favorecido por el hecho de que, paralelamente, al otro lado de los Pirineos, también se implanta el feudalismo como nuevo sistema. El feudalismo es un modelo más rural, pero en él es posible el afán de riqueza para mucha más gente, a diferencia del sistema esclavista anterior. Saraqusta se convierte en una de las mayores ciudades de Alandalús y, consecuentemente, de Europa Occidental. La ruta comercial que, proveniente de China e India y a través de Persia llegaba a Bagdad (la famosa Ruta de la Seda), se ramificaba desde esta ciudad hasta los confines del Dar al-Islam. Una de estas ramas, a través del Mediterráneo y por el Ebro, alcanzaría Zaragoza. Desde el norte, acompañando al Camino de Santiago, llegaban las rutas de la Europa cristiana feudal. No olvidemos que el Camino de Santiago no solamente fue un lugar por el que caminaban humildes peregrinos para visitar la tumba del apóstol, sino que supuso un potente medio de comunicación e intercambio cultural y económico.
Siendo, pues, Zaragoza una ciudad de tamaño sorprendente para la Europa de entonces, la más grande del entorno geográfico del Camino de Santiago y un importante nudo comercial, no es de extrañar que muchos personajes europeos se acercaran hasta aquí para conocer la metrópoli y llevar a cabo sus negocios. En Zaragoza se vendían tanto los productos manufacturados de Oriente codiciados por la incipiente burguesía europea -sedas, damascos, cerámicas persas, etc.-, como el ámbar o los esclavos eslavos, codiciados por las ciudades del próximo Oriente. También era un centro artesanal de primer orden, por lo que sus afamados productos se comerciaban en Oriente y Occidente, siendo famosas las pellizas conocidas con el nombre de “zaragocíes”.
A comienzos del siglo XI, Zaragoza tendría unos 15.000 habitantes, ocupando las 50 hectáreas de la antigua ciudad romana amurallada y que entonces constituía la medina islámica. Con la gran expansión urbana que se produjo durante este siglo pudo alcanzar los 50.000 habitantes. Extramuros existirían algunos arrabales como el de Curtidores (actual Rabal) o el situado en torno al actual colegio de Escolapios. El crecimiento se efectuó hacia el oeste y el sur de la medina, pues por el norte y por el este estaba constreñida por los ríos Ebro y Huerva, respectivamente. Estos cálculos de población son coherentes con las ratios de densidad establecidos por el profesor y arquitecto Torres Balbás para las ciudades islámicas, que las establecía en unos 350 habitantes/hectárea. Con una extensión de 140 hectáreas, que no se superó hasta bien entrado el siglo XIX, la ciudad era una de las mayores del mundo occidental.
El modelo de crecimiento se tomó de las ciudades persas. Las excavaciones arqueológicas en los sectores del Casco Histórico han desenterrado dos barrios con un racional trazado hipodámico, en contraposición al intrincado trazado tradicional de las ciudades andalusíes y magrebíes, como Córdoba o Fez. Tanto el arrabal de Sinhâja, bajo el paseo Independencia, como el arrabal del Campo del Toro, bajo el cuartel de Pontoneros, revelan trazados de calles paralelas que encierran manzanas rectangulares.
Como añadido a toda esta grandeza, cabe citar el Palacio de la Aljafería, construido por el rey al-Muqtàdir (1046-1081), reflejo del esplendor alcanzado en el periodo de su máximo apogeo político y cultural.
El historiador norteamericano George T. Beech, en “The brief eminence and doomed fall of Islamic Saragossa. A great center of Jewish and Arabic learning in the Iberian Peninsula during the 11th century” (2008), analizando las fuentes documentales y bibliográficas sobre este periodo de tiempo lo resume así: “Durante un breve período de cien años, en el siglo XI y principios del XII, 1018-1118, la ciudad, una de las más grandes de Europa occidental, alcanzó la independencia como capital de un reino limítrofe con el mundo latino cristiano al sur de los Pirineos. Durante ese tiempo, se produjo una expansión cultural sin precedentes en las artes, las ciencias y la filosofía entre su población musulmana dominante y su población judía minoritaria, y convirtió a la ciudad en uno de los centros intelectuales más destacados del mundo europeo occidental y mediterráneo. Los logros de los eruditos judíos de Zaragoza han llevado a que este siglo sea visto como una Edad de Oro en la larga historia de los judíos en la Península Ibérica”.
Lamentablemente, con el tiempo y los avatares de la historia, todo esto iría cayendo en el olvido. En la novela “El alminar de Tawust” se refleja de manera directa el ambiente populoso y la forma de vida de la ciudad a través de unos personajes donde se mezcla la ficción con la realidad. Me pregunto qué sería un material como este en manos de productoras inglesas o americanas si tuvieran este pasado tan rico en sus propios países, incluso en otras comunidades autónomas españolas, por no irnos tan lejos.
Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.
Autor del libro «El Alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.
Artículos anteriores
La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (I).
La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (II): El caso de Tauste.
La arquitectura zagrí (IlI): Un poco de historia.
¿Por qué la llamamos «arquitectura zagrí»?
El yeso: Ese material tan habitual como ignorado.
Errores conceptuales respecto al yeso.
Técnicas de construcción con yeso.
Mortero de cal o pasta de yeso.
¿Cómo nació la arquitectura mudéjar aragonesa?
Génesis de la Arquitectura Zagrí.
Evolución estructural de los alminares zagríes.
La Parroquieta de La Seo de Zaragoza.
La Seo de Zaragoza o la Mezquita Aljama de Saraqusta.
La Torre de San Pablo de Zaragoza.
La Torre de la Magdalena de Zaragoza.
La Torre de la Iglesia de San Gil Abad de Zaragoza.
Aproximación histórica a la construcción de la Torre Nueva de Zaragoza.