Maluenda es la población más importante de la ribera del Jiloca entre Daroca y Calatayud. Posee tres iglesias mudéjares: la de las Santas Justa y Rufina, la de San Miguel (esta en ruinas) y la iglesia parroquial de Santa María. De su pasado islámico destacan las imponentes ruinas del castillo que se eleva en lo alto, presidiendo el casco urbano, datado hacia el siglo X.
Centrándonos en la iglesia de Santa María y siguiendo nuestra costumbre profesional como arquitectos técnicos, en lo primero que nos fijamos es en la orientación del templo. Esta vez, el ábside, en lugar de estar orientado hacia el este, lo hace hacia el noreste con un ángulo de desviación bastante considerable respecto a lo que sería su orientación canónica en la Edad Media (casi 60º, teniendo en cuenta que la vertical del dibujo señala el norte).
Esta circunstancia es propia de iglesias ubicadas en lugares que antes fueron mezquitas y que su orientación vino condicionada por la de aquellos antiguos templos en los que el muro principal (el de la qibla) marcaba la dirección del rezo hacia La Meca.
Maluenda fue conquistada a los musulmanes por Alfonso I el Batallador en 1120. Javier Peña interpreta la evolución de esta iglesia según el plano que sigue a continuación. En este lugar se hallaría la mezquita mayor de la localidad. Por su entidad, tuvo que haber varias, pero normalmente se distingue que fue la mezquita mayor porque a estas los cristianos las ponían bajo la advocación de la Virgen María, y este es el caso. La mezquita ocuparía la parte sombreada del lado izquierdo y el alminar estaría en la parte inferior del dibujo, señalado en color negro. El viejo templo vendría utilizándose para el culto cristiano durante al menos un siglo y medio hasta que decidieron sustituirlo por la iglesia “mudéjar” (para nosotros “tagarina”) que hoy conocemos. Así pues, hacia finales del siglo XIII construyeron el ábside poligonal y un primer tramo de bóveda de crucería (parte de la derecha en el dibujo, señalada con trama de cuadrícula). Cabe pensar que ahí estuviera el sahn o patio de abluciones y que por eso tenían ese espacio libre para poder construir. Debemos imaginar en ese momento dos volúmenes muy bien diferenciados: viéndolos frente al alzado sureste, tendríamos la nueva obra a la derecha del alminar y la parte vieja, de menor altura (como corresponde a las mezquitas), a la izquierda del mismo. Un siglo después, se derriba la antigua mezquita y se construyen los dos tramos siguientes de la nave.
En el siglo XVI se levantaría la nueva torre campanario sobre la esquina sur del templo. Es un caso evidente de torre tagarina (mudéjar aragonesa), pues su construcción es posterior a la de la iglesia, al contrario de las que aquí venimos detectando cuando descubrimos que se habían hecho en otro contexto anterior. Aprovecharon la obra maciza de la esquina del templo para levantar encima la torre, según se ve claramente en el dibujo anterior y en la fotografía que sigue.
En este caso, lo que nos interesa son los restos del alminar que ha quedado insertado en la fachada sureste (fotografía del encabezamiento). Pasó mucho tiempo desapercibido porque lo habían desmochado y cubierto con un tejado a la altura del de la iglesia. Su planta es cuadrada, de unos 4,70 metros de lado, aunque en su base lo ensancharon en forma ataluzada para darle mayor estabilidad. Su obra es de tapial de yeso, aunque a unos 50 cm de altura pueden observarse los restos de dos hiladas de sillares de piedra caliza biselados con la forma del propio talud. Posiblemente, esos 50 cm de tapial (también, en este caso, pueden ser de mampostería donde ha desaparecido la capa de yeso exterior) sean parte del cimiento que haya quedado al descubierto si la rasante de la calle ha bajado con el tiempo. Solo la parte superior es de ladrillo, que era de mayor altura hasta que fue desmochada, cortándola de forma inclinada para conseguir la pendiente del tejado con el que la cubrieron. Agustín Sanmiguel, en su libro “Torres de ascendencia islámica en las comarcas de Calatayud y Daroca” la describe de esta manera:
Sobre las cinco primeras hiladas de ladrillo hay una banda de esquinillas o dientes de sierra, de tres hiladas de altura. Sobre ella una serie de discos de cerámica vidriada con forma de ataifor, y unos 22 cm de diámetro que presentan una doble y fina estriación circular a 5 cm del centro. Hay (o había) diez discos en las caras SE y NO y nueve en las caras NE y SO, alternando los de color melado con los de color verde. Algunos se han desprendido o han sido arrancados, quedando su huella y la del repié en el revoco. Por encima de esta serie de discos aparece un raro motivo, la espina de pez: sobre una banda de ladrillos inclinados hacia un lado, mostrando su canto largo, una hilada horizontal a soga, y sobre ella otra banda de ladrillos inclinados en sentido contrario. Solo en dos torres más, la de Belmonte y la de Ateca, se da esta singular decoración.
Por encima de esa espina de pez aún había otra serie de discos cerámicos igual a la anterior, por lo que el número total de estos ataifores era de 76. Ello puede comprobarse en el lado NO, donde lo que queda del alminar aún levanta ligeramente por encima de la cubierta de la iglesia.
El interior de la torre fue destruido en su día cuando construyeron una amplia escalera que sube desde la sacristía hasta una estancia superior. Agustín Sanmiguel supuso con mucho acierto que sería similar al de la torre de Villalba de Perejil, la cual analizaremos en un próximo artículo. No obstante, adelantamos que en la torre de Villalba existe una estancia elevada cubierta con una bóveda de cañón ojival y se ve una clara similitud entre esta y la que nos ocupa porque aquí vemos la traza de otra bóveda igual que habría en su interior y a la misma altura aproximada correspondiente.
De cualquier forma, está claro que esta torre existía ya cuando se construyó la parte más antigua de la iglesia (ábside y primer tramo). Ello lo demuestra el hecho de que las bandas de decoración de discos cerámicos y de ladrillo descritas anteriormente quedan parcialmente ocultas por debajo del tejado del templo. La torre tuvo que construirse exenta o formando parte de un edificio mucho más bajo, es decir, la mezquita.
Agustín Sanmiguel advertía que ya no era posible saber con total certeza cómo sería esta torre en su origen, pero subrayaba la conveniencia de que se recuperara al máximo, dejando vistas todas sus caras, limpiando las cerámicas y, tal vez, haciendo un ensayo de reconstrucción volumétrica. Él, basándose en otras similares, la imaginó de esta forma:
La torre fue restaurada en 2011 por el arquitecto Javier Peña Gonzalvo. Se encontraba en un estado deplorable tras un desprendimiento de parte del muro SE (fachada actual) y con una avanzada meteorización del material. Había quedado al descubierto la traza de la bóveda de cañón apuntado y él, ya que no había otro vestigio de su estructura interna, estableció el criterio de no reconstruir el trozo de muro que la hubiese ocultado, quedando así visible, según puede verse en las fotografías anteriores. La restauración se llevó a cabo utilizando el mismo material del que está hecha: yeso tradicional de Aragón. Dada la limitación presupuestaria, tuvo que limitarse a intervenir en la parte exterior de la torre, dejando para el futuro la sustitución de la cubierta inclinada por una plana, de forma que pudiera recrecerse la parte de ladrillo que le falta, siguiendo la pauta de lo conservado en el cerramiento NO (la de mayor altura que se conserva, que da al tejado de la iglesia). De esta forma, la torre quedaría claramente destacada del conjunto, tal y como se merece, apreciándose debidamente su singularidad. Así lo expuso Javier Peña en la memoria de su proyecto, pero hasta ahora ya no se ha hecho nada más. Exponemos a continuación el estado en que este arquitecto la encontró y cómo quedó tras la intervención, a pesar del escaso presupuesto del que se dispuso. Desde aquí, no defendemos que deba reconstruirse el alminar completo, con la torrecilla superior, tal y como Agustín Sanmiguel la reprodujo en su dibujo, ya que no hay restos arquitectónicos ni documentación que aseguren que fue así, pero sí al menos el cuerpo inferior, ya que lo que queda en el lado NO es testigo inequívoco de que era de esta manera.
Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.
Autor del libro «El alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.
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